Me considero un buen “catador de plazas”. Durante los últimos cuatro años he curtido plazas de todo tipo. Desde las tope de gama en Nuñez o Belgrano, hasta otras más austeras en General Rodriguez o Moreno. Estas últimas tienen el peligro de encontrarse con un clavo salido en un tobogán o una hamaca que directamente se desprende del travesaño, pero me han salvado las papas más de una vez. Debido a mi vasta experiencia me permito darles unos consejos para desenvolverse en las plazas con solvencia.
En primer lugar, vamos a los más importante de todo: no pierdan nunca de vista a la niña o al niño. Está demostrado que no encontrar en una plaza a tu hija durante un minuto en adelante te causa el famoso “cagazo hiper monumental de tu vida”, llegando incluso a quitarte años de vida. Es el pánico mayor que puede sentir un ser humano. Es el disparador de los pensamientos más aterradores.
Me ha pasado decirme a mí mismo: “listo, la secuestraron, no la veo nunca más, se acabó mi vida”, y acto seguido la observo a las risas en un tobogán mientras el alma me vuelve al cuerpo. Así que no despeguen la vista NUNCA. Resistan a la tentación de mirar el celular. Evalúen los costos y beneficios y pregúntense: ¿Qué es más importante, la seguridad de tu hijo/a o ver qué posteó Wanda Nara en Instagram?
Si la criatura tiene 2 o 3 años, escápenle a la hora pico. El salvaje prime time placístico termina con ustedes subidos a una trepadora protegiendo a la bendición de otros niños/as que no miden su fuerza. Si tienen 5 o 6 años, una plaza con el 65 por ciento de aforo sería lo ideal. No habrá una batalla visual para ver cuándo una hamaca se desocupa y a la vez tendrá interacción con niños o niñas para curtirse en las buenas y en las malas. Una charla técnica táctica antes de ingresar a la plaza no está de más, remarcando la importancia de hacerse respetar.
El “mirá cómo te como”, se inicia en esa edad y hay que estar preparados. Es muy común que se arme una fila para un juego solicitado y que algún niño no respete el orden. Como padre opto por observar la situación a cierta distancia y ver cómo lo resuelven ellos mismos. Mi hija suele plantarse, sin violencia, pero con decisión y solo intervengo cuando el otro niño no cede y le explico con amabilidad las reglas de básicas de una fila.
También es importante llevar lo justo y necesario. Un peluche, por ejemplo, que si no se usa lo tenemos nosotros en la mano. Si llevamos una mini juguetería, les estamos dando alimento a otras criaturas que vendrán a agarrar un juguete ajeno sin preguntar, iniciando la batalla de las posesiones materiales, una de las más cruentas. Y si llevamos cosas de más, está el peligro de irnos de la plaza olvidando uno de esos objetos. Recuerdo cuando mi hija tenía cuatro años y nos dejamos a “Gato Ñam”, un peluche de un gato que era su preferido. La vedette de los peluches. Es el día de hoy que su ausencia se llora más que la muerte de un familiar querido.
No recomiendo decirle a nuestra hija “compartí”. Hay que respetar su decisión de no compartir. ¿O acaso si viene alguien y nos agarra el celular sin preguntar tenemos que reaccionar compartiendo? Obviamente irá descubriendo que, si comparte, el juego toma otro interés y la diversión es mayor. Pero está bueno que lo descubra solo/a.
Recomiendo también agudizar la intuición. Conocer la plaza y sus movimientos nos llevará a ir en los momentos ideales para que nuestra bendición pegue onda con otras niñas y niños, que es lo mejor que puede suceder. Hasta sabremos a qué hora llega esa amiga con la cual jugaron un rato largo. Porque lo cierto es que ver jugar a tu hija con un par con la cual empatizó es de las mejores sensaciones que nos puede dar la vida, casi como un gol de Boca en el último minuto para ganar una copa libertadores.
Bueno, hasta aquí llego con algunas de las interminables situaciones placísticas que nos chuparán la energía si no las resolvemos bien o nos darán fortaleza espiritual si las manejamos con sabiduría.