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Opinión

El Juego de la vida: una semana entre Menotti, Menem y Milei

En las últimas semanas se dieron a mi criterio tactos sencillamente centrales y contradictorios en sus simbolismos: la inauguración de un busto del expresidente Carlos Saul Menem en la Casa Rosada, la gira mediática del Presidente en Madrid y la partida de Cesar Luis Menotti.

La inauguración del busto de Menem en la Casa Rosada, el centro del poder político argentino, es un gesto que refleja las complejidades y divisiones en la percepción de su legado. Como todos ya sabemos, el gran caudillo riojano fue presidente de nuestra incipiente República democrática durante dos mandatos entre 1989 y 1999. Si bien algunos elogian las políticas de liberalización económica que se implementaron, otros critican la creciente desigualdad, la corrupción y el debilitamiento de las instituciones democráticas que acompañaron este período. La era del menemismo es, por tanto, un capítulo complejo en la historia argentina, que sigue generando opiniones encontradas y reflexiones profundas sobre el impacto de las decisiones políticas tomadas durante esos años.

Milei se vio muy emocionado en dicho homenaje. Sin embargo, al acudir el enaltecimiento de la década de oro del corporativismo y la pizza con champagne, solo rebuscó un análisis sintético de lo que el necesita para su propia corporación política: “el fin justifica los medios”. Pero el riojano es mucho más que eso; y al peluca eso no parece interesarle mucho.

El reciente comentario de nuestro presidente respecto a Pedro Sánchez es la evidencia sintética de ello. No es la primera vez que el economista hace declaraciones controvertidas, y en este caso, ha relativizado la relevancia de las opiniones del presidente español. Esta actitud no sorprende a quienes siguen su trayectoria, ya que Milei se presenta a sí mismo como un showman o incluso un profeta de las ideas liberales, más que como un tradicional jefe de estado. Para él, la política es un escenario donde se despliega su mensaje, más que una plataforma para la gestión gubernamental.

En contraste con la figura de Milei, Menem fue un hombre que veía a la presidencia como fin en sí mismo, Milei ve a la primera magistratura del país como un medio. Esto justifica su enfoque más bien mediático y su énfasis en la promoción de ideas radicales sobre la economía y la sociedad. Mientras uno buscaba consolidar su legado político a través de acciones concretas, el otro parece estar más interesado en mantener su imagen como agitador intelectual y figura pública.

Esta diferencia fundamental entre Menem y Milei refleja distintas concepciones de la política y el liderazgo. Mientras que Menem encarnó el prototipo del político tradicional, con el mítico Partido Justicialista a la cabeza, Milei parece situarse en un plano más metafórico, donde su influencia se extiende más allá de las fronteras de lo político para abarcar el ámbito cultural y social. Para él, la política es un teatro donde se representan las luchas conceptuales y se desafían las normas establecidas, más que un espacio para la toma de decisiones concretas.

Sin embargo, esta postura plantea preguntas importantes sobre los límites de la acción política y la responsabilidad de gobierno. ¿Es aceptable sacrificar la cortesía y el respeto hacia los líderes electos en aras de defender determinadas ideologías? ¿Hasta qué punto podemos justificar medios extremos en la búsqueda de fines políticos?

Relativizando estas preguntas se me vino a la cabeza otro hecho del último tiempo: la muerte de César Luis Menotti. Su desaparición física tiene un significado diferente pero igualmente relevante en la realidad socio-estructual del país.

En el mundo del fútbol, como en la política, las estrategias y los principios a menudo chocan. Las viejas discusiones sobre el papel del "cómo" frente al "qué" en la búsqueda del éxito. Menotti, con su visión futbolística y sus convicciones, nos recuerda que el fin no siempre justifica los medios, una lección que parece chocar con la mentalidad prevalente que hoy azota nuestro país.

“El Flaco”, conocido por su estilo de juego ofensivo y su firme creencia en el fútbol como expresión artística, no solo dejó su huella en el deporte, sino también en el ámbito de las ideas. Su famosa frase "ganar es solo un resultado, no es un fin" encapsula su filosofía de priorizar el proceso y el contenido sobre el mero resultado final. Esta perspectiva refleja un compromiso con los valores intrínsecos del juego y una resistencia a la idea de sacrificar principios por victorias.

Al mismo tiempo, pero durante la década del 90’, la era del menemismo en Argentina se caracterizó por un enfoque pragmático, donde el fin económico parecía justificar los medios políticos y sociales. Las políticas de liberalización económica implementadas durante el gobierno de Carlos Menem trajeron consigo un crecimiento económico inicial, pero también estuvieron marcadas por la corrupción y la desigualdad social. La frase "al final, la historia juzgará" de Menem encapsula esta mentalidad de apostar por el resultado final sin preocuparse tanto por los métodos empleados para alcanzarlo.

Es por ello y acudiendo a esto último, el legado del menemismo también está marcado por episodios emblemáticos como el de las "coimas en el Senado" y el "escándalo de las armas". Como si en una familia tipo para llegar a fin de mes fuese valido suspender los gastos en educación de los niños; o si para poder pagar los impuestos se priven de ciertas necesidades alimentarias.  

Sin embargo; nuestro presidente es el más menemista de todos sobre este punto. El no imagina que el verdadero cambio y éxito no pueden lograrse a expensas de nuestros valores y principios fundamentales que hemos acordado como sociedad. A las bases y dogmas inscriptos en la constitución de nuestra armonía social, como la educación pública o el ascenso social. Milei no imagina que la transformación real no solo implica alcanzar ciertos objetivos superficiales, sino también mantener la integridad y la ética en el proceso.

Al reflexionar sobre estas ideas, se me viene una frase del “Che” que un amigo de mi viejo me dijo una vez: "El fin último de la revolución no es otro que cambiar la mentalidad del hombre y crear un nuevo hombre". Yo comunista no soy, pero tengo entendido que el Flaco era admirador de Guevara.

Por eso, siento que esta cita resuena con la filosofía de Menotti, sugiriendo que el cambio real no solo implica alcanzar ciertos objetivos superficiales, sino transformar fundamentalmente la forma en que pensamos y actuamos.

En última instancia, tanto en el fútbol como en la política, la dicotomía entre el fin y los medios sigue siendo una fuente de debate y reflexión. La vida y el legado de tipos como Menotti nos recuerdan la importancia de mantenerse fieles a nuestros principios y valores, incluso en la búsqueda del éxito. Quizás, en un país donde a menudo nos obsesionamos con los resultados finales, ciertas enseñanzas de personas que fueron tan argentinos como nosotros, nos invitan a considerar que el verdadero triunfo reside en el camino que elegimos para alcanzar nuestras metas.

Tal vez, si efectivamente damos un paso para atrás, podamos aspirar a la gloria y no dejarnos seducir por seres que prefieren ser profetas antes que reyes.

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