Se acaba el atardecer, ese momento en el que ir perdiendo es lo contrario a darse por vencido, y empieza la noche oscura que alumbra con injusticia, otra vez, y tirando siempre a matar, no lo que olvidamos sino todo aquello con lo que aprendimos a bailar a fuerza de perdón y a falta de una mejor solución, no para hacer de este mundo algo inesperado y sorprendente, sino para que sin el cinturón de seguridad abrochado nos adentremos en una autopista en la que, mirar para atrás, sea también, apagar la luz.
Casi siempre, los que ven tormentas en vasos de agua, ignoran sin saberlo, aunque convencidos de ellos mismos y apretando con fuerza sus mandíbulas, la historia, la verdad, las heridas que sin pavor hacen que el mundo (personal) se fraccione sin estruendos ni avisos. Es así: para algunos, las puertas no son más que errores en un muro.
En el cuento "Informe sobre la muerte del poeta", de Pablo Katchadjian, un grupo de matones persigue, por orden de los sabios del pueblo, a un poeta malo y mentiroso. Por órdenes, también de los sabios, no pueden volver al pueblo hasta que no lo encontraren y capturaren. Viajan de pueblo en pueblo buscándolo y, como método de camuflaje para dar con él, se hacen pasar por músicos y se presentan en todos los pueblos a tocar esperando encontrar, entre los espectadores, al poeta. La búsqueda se prolonga durante largos años. El método usado para buscarlo, a pesar de no darles el resultado, o sea encontrarlo, resultó gustarles. Disfrutaban tanto de la música y de ser músicos, que el objetivo principal había quedado en segundo plano. Buscaban sin buscar; buscaban para seguir tocando. ¿Cuál es el sentido de tener éxito en algo que no es más que la coartada? Bueno, a veces es difícil saber si la vida está empezando, terminando, o tan solo continuando.
En el proceso de revelado fotográfico, la luz no sirve para ver mejor sino, contradictoriamente, para arruinar lo que íbamos a obtener, para acabar anticipadamente con lo que iba a resultar. Algo parecido sucede con la vida: a veces algunos procesos deben hacerse a tientas, sin luces de seguridad, sin ver dónde metemos la mano y la intención sino, tan solo, intuyendo y deseando que, después de tanta oscuridad, veremos todo más claro. Es un proceso complejo y lleva tiempo aprenderlo, horas y días, aciertos y errores, vértigo y pánico; espacios de tiempo cronometrados y resultados que llevan a más pruebas y a nuevos y novedosos desaciertos y éxitos. Con un poco de suerte, y sobre todo tozudez, eventualmente alcanzaremos un destino deseado, o sea una vida más o menos aceptable, o también, por qué no, una buena fotografía ampliada y fijada sobre papel.
La vida es engañar al dolor. Adivinar, con los ojos cerrados, de qué lado viene el golpe. Porque viene. Encontrar, incluso sin buscar, el destino nunca final que aliviane el peso de la cruz (para más tarde olvidarla). ¿Y después? Después no hay mucho más. Después es un lugar en el que pensamos, pero al que nunca vamos a ir. Lo mismo que un cuchillo sin filo. Después es contrafáctico. Después es una palabra oscura.
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Foto de Tapa: Tico CId