La Argentina se mueve al compás de un péndulo cada vez más extremo y de movimientos cada vez más acelerados. Al anuncio de marchar en una dirección de una vez y para siempre, se le suceden marchas más aceleradas en sentido contrario.
En un extremo del péndulo entregamos el futuro en el altar del presente; en el otro, le rezamos en cada esquina a la idea del sacrificio del presente en pos de una fe casi religiosa en un futuro de bienaventuranzas. Es una manera de evadir la complejidad de la realidad que puede servir (y vaya si lo ha hecho) para la acumulación de capital político, pero que no ha demostrado ser útil para desarrollar al Estado y la Sociedad de manera armónica, virtuosa y eficiente.
Y la respuesta ante cada frustración es hacer todo al revés. O sea, seguir en el péndulo. Como si lo que estuviera mal fuera, solamente, la dirección en la que se marcha enloquecidamente sin planificación y sin medir las consecuencias. Como si el fin justificara los medios. Como si, en realidad, fueran caras de una misma moneda en la que ceca es el Estado paternalista y cara es el Estado abandónico. Y en el medio no queda nada.
Paren el péndulo, me quiero bajar.
La pregunta es cómo romper esta inercia que solo suma deslegitimación, desesperanza y enojo de la sociedad ante un sistema que solo ofrece diagnósticos repetidos enunciados por una “dirigencia de antónimos”. No hay mucho margen para seguir equivocándonos. Me arriesgo a decir que éste es el último intento de una sociedad cansada, antes que el inicio de un nuevo tiempo del país.
Aunque parezca antiguo, en tiempos de domadas, basadas, ratios o calle digital, la salida de esta carrera desenfrenada hacia la nada es eminentemente política. En el festival de agravios y chicanas en que se ha convertido lo público, reivindicar la búsqueda del consenso, del acuerdo, de la certeza, de responsabilidad, resulta un gran acto de rebeldía. En otra ocasión ahondaremos en esto de la “rebeldía institucional”.
Aquí el riesgo de repetir el intento de consensuar la adhesión al polo del péndulo que se impone temporalmente. Por ahí no es.
El mensaje del gobernador de Santa Fe el 1 de mayo en la apertura de sesiones ordinarias aporta una idea: consenso en torno a lo justo.
¿Es justo que quien no cumple con su trabajo valga lo mismo que quien si lo hace? ¿Es justo que un chico llegue a la secundaria sin saber leer? ¿Es justo que un joven no encuentre otra oportunidad de “progreso” que no sea la que le ofrece una organización delictiva ante la ausencia del Estado? ¿Es justo que toda la ciudadanía tribute para un Estado que solo se dedica a pagar sueldos? ¿Es justo dejar que un detenido cometa delitos dentro de la cárcel? ¿Es justo que el esfuerzo no merezca reconocimiento? ¿Es justo que las oportunidades en la vida se distribuyan con criterios de mercado?

La política, con sus mejores herramientas, es la que debe encontrar lo que es justo y dar respuestas a una sociedad agotada de injusticias que precisa una “democracia de soluciones” para que no lleguemos a tirar el bebé junto con el agua sucia. Es en esta búsqueda desde donde podemos articular el consenso político necesario para salir de este atolladero.
Para eso hace falta voluntad de pactar. Pactar para vivir.
Pero de eso hablamos en la que viene.