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Cultura & Espectáculos

Una de las tres mejores películas de la historia va a cumplir 50 años

jeanne dielman

¿Todavía hay películas que nos sorprendan?. Cada diez años, la prestigiosa revista sobre cine británica, Sight & Sound, del British Film Institute, publica las diez mejores películas de todos los tiempos. El criterio para elegirlas tiene que ver con múltiples variables, como un recurso estético o una temática novedosa, como cualquier ranking, pero el criterio más fuerte es la originalidad. Es decir, las que entran al top, tienen rasgos o características que no tenían otras películas hasta el momento.

Si nos ponemos más técnicos: Citizen Kane (1941), de Orson Welles, tiene, según André Bazin, el teórico de cine que creó, quizás la revista especializada sobre el séptimo arte más prestigiosa de todas, los Cahieres Du Cinema (Cuadernos sobre cine) que la novedad del Ciudadano Kane es el plano secuencia combinado con la profundidad de campo. Es decir, que el plano dure mucho tiempo y que la cámara ponga, en perspectiva, varias acciones que están sucediendo a la vez.

La escena del trineo, cuando un pequeño Kane juega en la nieve mientras dentro de la casa su madre y su tutor debaten su futuro, es de las más famosas de la historia del cine, porque con este recurso Welles cambió la forma de ver películas. Bazin también decía que esta característica era la forma democrática por antonomasia: ahí, el espectador o espectadora podía elegir en qué clavar la mirada, a qué ponerle atención, y esto le daba el mayor grado de autonomía al espectador que el cine podía conseguir. Por supuesto, desde 1952, el primer año en el que la revista elaboró su clasificación, Citizen Kane nunca abandonó el puesto número uno, a excepción de 2012, cuando le ganó Vértigo (1958) de Hitchcock.

Citizen Kane, de Orson Welles.

A la revista, como a todas las premiaciones de la industria cultural, la criticaron por su falta de diversidad dentro de las elecciones: por muchos años, ni una directora mujer ni un director afrodescendiente siquiera entró entre las diez. En 2022, esto cambió. Una película de una directora belga de 24 años al momento de filmarla entró, por primera vez, en la lista dorada. La directora era Chantal Akerman, y la película, su obra maestra, Jeanne Dielman, 23 qui du Commerce, 1080 Bruxelles.

¿Por qué Jeanne Dielman terminó en el top 10? Lo que hizo Akerman todavía no lo había hecho nadie y eso le valió el premio: la idea, hecha al calor de los 70s, después del Mayo francés y en plena segunda ola feminista, es la primera película feminista de la historia.

Hasta el momento, nadie había mostrado en cine tres días en la vida de una "ama de casa" que vive en Bruselas, es viuda, y tiene un hijo adolescente al que está terminando de criar. En una entrevista, la directora contó las razones por las que eligió este argumento: en el cine, hasta su película, se le daba protagonismo, a la hora de construir momentos dramáticos álgidos, a los besos apasionados que cierran los melodramas y a los asesinatos, clímax de los policiales, por ejemplo.

Ella quería tratar con la misma seriedad con la que se trataban estos momentos a las escenas en donde simplemente una mujer está de espaldas lavando los platos. Una declaración de principios, por el peso que tiene la elección de qué es relevante, qué es útil, qué es interesante, qué es necesario para una trama; una forma de poner a funcionar la mirada, con una perspectiva crítica y una forma de enunciación disruptiva respecto de lo que venía haciendo Hollywood.

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Akerman estaba filmando como si ella estuviera en el lugar de la cámara, con el cuidado y el interés que requiere ponerle atención a la concatenación de tareas cotidianas e "insignificantes" de la gestión de un hogar. En entrevistas, dijo que el amor de su mirada se podía percibir a través de la pantalla. Akerman también contó que, en principio, quería dedicársela a su madre, pero después se echó para atrás porque pensó que iba a ser pretencioso.

Chantal Akerman, la directora poco conocida que hizo una de las mejores películas de todos los tiempos

El pasado seis de junio fue el natalicio de Akerman. Nació en Bruselas, judía polaca con una madre que había sobrevivido a los campos de concentración nazis, una experiencia de la que nunca quiso hablar. Filmó Jeanne Dielman a los 24 años, es su segunda película, después de hacer cortos.

La primera, Saute ma ville (1968) [La traducción en inglés es Blow up my town], la dirigió a los 18. Fue un tiempo a una escuela de cine de Bruselas, la INSAS, pero la dejó porque no la dejaron empezar a hacer películas rápido. Así, contó que le pidió prestada la cámara a un amigo y consiguió unos rollos y la filmó, pero en 35 mm (el formato de los profesionales). Esa película estuvo dos años esperando en el laboratorio porque Akerman no tenía dinero para retirarla, hasta que desde la institución la intimaron para que lo hiciera y pagara su deuda.

Le pidió al jefe del laboratorio que la vea y al jefe le encanto. Tanto que la puso en contacto con la televisión belga, que emitió la película en un programa de difusión de grandes directores, que había introducido para los belgas, por ejemplo, a Fassbender. Un regalo.

Chantal Akerman (1950-2015).

Akerman dejó Bruselas y se fue a Nueva York, donde aprendió de Michael Snow y de Warhol y, cuando volvió, incorporó recursos de la Nueva Ola norteamericana al cine europeo. Para Jeanne Dielman tampoco tenía plata y pidió una cámara prestada, la grabó de día, la montó de noche y trabajó en un banco para pagar el laboratorio de edición. La hizo con poco presupuesto, sin subsidios y sin ningún mecenas ni un magnate que se la produjera. Lo que sí logró fue conseguir a Delphine Seyrig para el papel de Jeanne, uno de los íconos de la Nueva Ola francesa. Después del éxito de Jeanne, la directoria hizo casi 10 películas más. En 2015, Akerman se suicidó.

¿Qué puede hacer el cine? Jeanne Dielman, entre el enigma y la monotonía

La película empieza con Jeanne, terminando de ocuparse de la comida para recibir a un hombre. Lo hace pasar a la pieza, la cámara la espera, al rato, salen los dos. El hombre le entrega un dinero y la protagonista lo guarda en una sopera que descansa en la mesa del comedor. En la prostitución no hay ningún secreto, así que Akerman no da vueltas ni te prepara para contarte la verdad: Jeanne, la ama de casa perfecta, está en prostitución, a falta de un trabajo asalariado que le asegure la supervivencia.

El plano, cuando se acerca a la puerta de entrada y a la cámara, que está fija en un lugar, organiza la perspectiva del resto de la película: ella se va a mover por la casa y la cámara, en lugar de perseguirla, la va toma sólo si Jeanne entra en el encuadre. Es decir: si se acerca demasiado, le corta la cabeza.

Será que es una ama de casa como cualquier otra, y su vida es igual o intercambiable por la vida de cualquier mujer: si no le vemos la cara, porque la directora tampoco usó ni un primer plano (el plano por excelencia para comunicar emociones), no se resuelve el enigma de qué le está ocurriendo o qué piensa sobre las situaciones que se le van presentando. Tampoco podemos darle una identidad.

Jeanne Dielman, de Chantal Akerman.

Las emociones, en su lugar, están impresas entre las paredes asfixiantes de su departamento de Bruselas, y afloran como si tuviéramos que ir a buscarlas, como si le pidiéramos a alguien que nos mire a la cara para poder leer qué le pasa pero que la persona se resista. Así se frustrante va a ser. Otro trabajo activo para quien la mire, más teniendo en cuenta que Hollywood, desde los 20s, viene solucionándote todo sobre la narración: todo el mundo identifica esos primeros planos de rostros femeninos, como el de Greta Grabo, con una lágrima derramada sobre la mejilla, para que no quede duda de que está angustiada.


Con planos medios, entonces, Akerman hace toda la película: las dimensiones del cuerpo de Jeanne, muchas veces desproporcionadas respecto de los escenarios, por su cercanía con el lente, hacen que la casa parezca una casa de muñecas. Jeanne, como Barbie (2023), pero sin monólogos exagerados sobre la opresión de las mujeres, está atrapada entre las paredes y entre la repetición asfixiante de sus labores.

Jeanne Dielman, de Chantal Akerman.


Cuando conocemos el comedor, una sola cosa perturba este orden: una luz azul de neón se cuela por la ventana, titila, y golpea contra los muebles: un recordatorio constante de que el exterior siempre se cuela en el interior. La calle, hostil, irrumpe en el calor del hogar. O nunca existió esa dicotomía y el hogar nunca representó para las mujeres, hasta las rebeliones feministas, un cobijo. Lo personal es político, concluyeron las feministas de la segunda ola. Esa es una función de la luz. La otra puede ser una pista que te anuncia que algo está por pasar.

Así pasan tres días, entre lavadas de bañera, viajes hasta la verdulería, preparaciones de comidas y miradas perdidas y reflexivas. En Jeanne Dielman, la percepción del tiempo es nítida. Los planos secuencia que la directora te lleva a atravesar, con escenas donde la preparación de un plato de comida duran el tiempo real que la protagonista tardó en prepararlo, sin recortes, son la clave para entender que, como espectador/a, la película te pide que te comprometas. Vas a tener que prestar atención y sentir el paso del tiempo, percibir el tedio, la desesperación, la sensación de encierro. Algo de lo que está sintiendo la protagonista.

En algún momento, algo va a trastocar la monotonía, y lo vamos a ver anunciado con detalles insignificantes: una sopera que quedó sin tapa, un botón sin abrochar. Laura Mulvey, la crítica de cine, dijo que, en realidad, la sopera es una metáfora de Jeanne. Otra tarea para desentrañar.

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¿Dónde está lo entretenido de ver a una mujer de clase media pelar papas, limpiar una bañera, poner la mesa, comprar en la verdulería?. "Leer libros que cuenten una historia y no que la reflexionen", dice Silvina Giaganti en uno de sus poemas, como consejo para la vida. Con la percepción tan educada por el cine de Hollywood, lo normal es buscar todo el tiempo que "algo pase" en las películas.

Sentarte a ver qué pasa en Jeanne Dielman es una manera de ejercitar algo que es lo contrario a lo que consumimos hoy en día, cuando los Tik Toks duran 60 segundos. A lo mejor, después de ver Jeanne Dielman, podamos ver una película de una hora y media sin hacer pausas ni agarrar el celular entremedio.

Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles — Chantal Akerman, 1975 (youtube.com)

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