La vejez produce asco y miedo en partes iguales, más allá de las metáforas amigables que crearon la sociedad y el mercado para referirse a ella, llenas de eufemismos: “silver age”, por el color plateado de las canas; “la edad de la sabiduría”, la promesa de que serás la referencia o la voz de autoridad para las generaciones más jóvenes.
Lo que aparece, bajo mucho pesar, es que todo esto es maquillaje, porque el momento del final de la vida está signado, en primer lugar, por la extrañeza del propio cuerpo, encontrar ajenidad en tu propio envase. Y las complicaciones sanitarias, las idas al médico, la pérdida de los planes divertidos, intercambiados por un monitoreo constante del estado de salud.
Magalí Etchebarne, escritora y editora argentina, licenciada en Letras, trata, en cuatro cuentos largos, este tema. La vida por delante, su nuevo libro de relatos, ganó el premio español de narrativa breve Ribera del Duero; con Mariana Enríquez como una de las miembros del jurado. En Argentina, lo presentó este viernes en la librería rosarina Oliva Libros.

La monstruosidad de la vejez femenina puede aparecer en una hipérbole, por ejemplo, en la tradición que viene con los cuentos de hadas de los hermanos Grimm, con brujas decrépitas y deformes, que están desesperadas por rejuvenecer, como la de Blancanieves. La imagen de "The Crone", la anciana endemoniada que el cine explotó muchísimo también, como en Marianne de Netflix.
En cambio, Magalí Etchebarne, solamente con realismo, pone a reflexionar sobre la realidad sin necesidad de exagerar o volver grotesco lo que está a la vista: “Me parece que es algo muy básico de la escritura, que es extrañar lo más conocido, cualquier cosa que vos agarres, lo más cotidiana y mundana, en cuando la empezás a mirar aislada se vuelve extraña”, dice la autora en diálogo con Diario Con Vos.
La vejez, terrible condena
¿Cuánto de cada persona persiste con el pasar de los años y en qué momento la deformidad del cuerpo viejo pasa a primer plano, cuando te convertís en un explosivo de pastillas, escaras, huesos débiles y piel caída?. Esa pregunta parece atravesar los relatos de Magalí.
Mariana Enríquez, hablando sobre su fase menopáusica, le dijo a Diego Iglesias en una entrevista: “No reconocerme en el cuerpo era terrorífico, era una película de Cronenberg lo que estaba sucediendo, en un momento para el otro cambió tal cosa, en tres meses no te reconoces. Te secás, es reptilicus”.
Esta declaración de la hija del primer cuento es una síntesis de este problema: “A veces pienso que una anciana vino y ocupó su lugar. ¿Y si esta mujer medio tirana estaba dentro suyo esperando para nacer?" dice la narradora sobre su madre vieja en el primero de los relatos. Esta duda, que por momentos aparece como una pregunta retórica, porque la respuesta está en la imagen de la madre pudriéndose, se ocupa de tratar a la vejez con imágenes que producen shock, pero que al mismo tiempo están inmersas en la rutina de una adulta cualquiera, y se atraviesan, leyendo, como en un letargo monótono y confortable.
Con metáforas quirúrgicas, Magalí Etchebarne construye un diccionario de vejez-fealdad-enfermerdad, con los mismos tabúes y búsquedas de escape. En el primer cuento, cuando el marido finalmente la deja a su madre, se le acerca a los pies de la cama “como si fuera un enfermero, alguien que se acerca a tu lecho porque estás en peligro”. Después, el grupo de mujeres más grandes de la familia que se sabe reemplazado por las nuevas novias veinteañeras de sus exmaridos “habían estudiado su cuerpo como un forense y podían diseccionarlos con la misma severidad”.
Los cuatro cuentos de Magalí en La vida por delante analizan tragedias cotidianas, el defasaje, la incomunicación, la imposibilidad de acercamiento que aparecen en las relaciones humanas. “Todos los personajes de los cuentos de alguna manera están demorados en situaciones dolorosas de las que no es tan fácil salir porque creo que en general en la vida no es tan fácil salir del dolor”, comenta Magalí.
La vida por delante
Entonces, el libro en retazos: en el primer cuento, una madre anciana que delira, pierde el lenguaje, se caga y necesita pañales, versus una hija adulta que pasa a ocupar el lugar de cuidadora primaria de su propia madre, un loop siniestro y laberíntico del que no se salva nadie. Mientras tanto, el trabajo activo por rejuvenecer con cremas anti-age y dietas paleo, otro encierro sin salida, “su cuerpo era un edificio”.
En el segundo, una mujer con una vida promedio, sin exabruptos, con un trabajo que le propone pocos desafíos, y la fantasía amigable del suicidio, pensamiento que la acecha desde que tuvo un accidente terminante y determinante para el curso de su vida. Una manera de concebirlo, más que desde la desesperación, es desde la idea de un colchón que te abraza, o un acontecimiento que la descoloca y le da vivacidad.

El tercero: una hija que lidia con los trámites mundanos y la organización de la muerte de otra persona: tirar las cenizas en algún lado después de pasar por las negociaciones con la funeraria, el acondicionamiento de la muerta antes de velarlo, la despersonalización total de lo que significa esa muerte para poder lidiar con los trámites.
El cuarto: una pareja que lleva 10 años de conocerse y tolerarse y se regocija en la adrenalina que generan las peleas, y a pesar de la erosión en la personalidad de cada uno que genera trabajar una herida, empeorarla, sacarle la cascarita y revisitarla. Y la comodidad que produce. “Las peleas eran animales que crecían, unos que estaban alimentando y mejorando, haciéndolos cada vez más fuertes, más dañinos”, cuenta la voz narradora en el primer cuento sobre el perfeccionamiento puntilloso de los conflictos del matrimonio.
Entrevista con Magalí Etchebarne
- Leí tus cuentos y la experiencia de lectura fue divertida pero angustiante, son atmósferas tan íntimas que un poco despiertan el morbo de saber qué pasa en la intimidad de esa relación, como por ejemplo en la del cuarto cuento. Te enterás de cosas de la cotidianeidad de la pareja, entrás a una conversación que podría tener cualquiera. ¿Qué encontrás de potente en esas situaciones de la vida cotidiana?
Creo que encuentro casi todo. En general lo que me pasa es que en la vida cotidiana encuentro cositas que me funcionan como disparador. Cositas que siempre me las imagino como, a priori, la nada misma. Un semilla que me llevo y sobre la que empiezo a dar vueltas. El primer cuento para mí nació alrededor de una frase que le escuché decir una noche en una fiesta a un hombre, y la frase en sí no era nada, lo que sí era algo es lo que a mí me había pasado con ella. Lo que me había hecho. Fue un hombre que estaba conmigo y llamó a una mujer más joven, que no era yo, de una forma que marcaba esa distancia. Y eso a mí me amargó, entendí algo de mi vida, por la edad que tengo. Es un instante en el que una empieza a leer la realidad. La frase, a priori, era olvidable, dicha posiblemente con total inconsciencia de parte del otro, sin intención, y soy yo la que la poblé de sentido.
Mis ideas y mis prejuicios juegan a la hora de estar cazando algo, pero sí me pasó que sobre esa frase empecé a imaginarme la idea de mujeres más grandes, porque estos personajes que aparecen en el primer cuento son unas mujeres de más de 50, que son dejadas por sus maridos para estar con chicas de 20, entonces en esa suerte de rabiosa humillación en la que esas parejas se desmembran había algo con lo que yo podía conectar. Sobre esa frase empecé a hacer crecer a ese matrimonio, un matrimonio de muchos años, y esta mina que básicamente después de eso entra en un loop de enfermedad, se queda trabada ahí. De lo cotidiano saco casi todo, de las emociones, de las conversaciones, de lo que escucho. Es una relación cualquiera, son conversaciones que no tienen nada de profundo ni de filosófico, sin embargo, son conversaciones que están cargadas de dolor, de pesadez, de frustración y que condensa cosas de la vida.
Después de que escribí el libro vi la película Anatomía de una caída, que tiene esa discusión increíble en el medio, es una desgrabación que hacen de una discusión de pareja grabada por él. Esa discusión aislada, en una sala en la que se está juzgando a alguien, tiene un valor nuevo, cobra una dimensión súper extraña, tremebunda, y después de todo, lo que te hace pensar la película me parece que en general estamos repletos de ese tipo de conversaciones hirientes en las que se dicen cosas muy tremendas, sólo es cuestión de aislar un texto.
- Claro, lo ponés en otro contexto, quizás en el contexto de una conversación en el living de la casa de ellos no tiene ninguna relevancia pero en un juzgado toda palabra puede ser decisiva
Sí, incluso, como cualquier conversación. A priori, en la vida en general, es un horror ver envejecer a alguien que amás, y verlo entrar en la senilidad. Lo que pasa con el personaje de la madre del primer relato es lo que a mí interesó mostrar en relación al lenguaje: esta etapa me servía para mostrar cómo alguien se deshacía, se deshacía su cuerpo pero también se deshacía la lengua.
- Estas mujeres me hacían pensar en que está poco visitada la monstruosidad de la vejez femenina de maneras que no sean desde el fantástico, construyendo brujas ponele, y tus señoras son normales, podrían ser los pensamientos de cualquier señora, pueden ser monstruosos sus pensamientos, obvio, y eso me interesa. ¿Qué te interesa a vos de construirlas con realismo?
Lo que me aparecía primero es esta relación con no ser joven, que creo que lo que a ellas les pasa es que ya se saben no jóvenes y eso ahí está tratado con un poco de humor, o parodiado, pero a mí en la vida es algo que me pasa. La relación que tenemos las mujeres con el envejecimiento, con el paso del tiempo. Esto de no decir la edad, que cualquier transformación incomode. Es duro y espeluznante que tan dócilmente entremos a la noche del bótox. Después de escribir el cuento, lo releí y leí un ensayo de Susan Sontag, “Los dos cánones de la belleza”, ella habla de esta idea de las mujeres descuartizándonos. Cómo nos miramos de una manera en la que durante años estás obsesionada con una parte de tu cuerpo, que la ves disociada del resto. No veo mi cuerpo, veo partes: piernas, cola, panza, arrugas.
Lo que también plantea y me parece muy interesante es la idea de que la mujer rápidamente en la vida empieza a envejecer. Muy pronto en la vida deja de ser joven, todas las observaciones y los juicios que hay sobre la belleza de una mujer siempre están en relación a la edad: “Era muy linda cuando era joven”, “es bella a pesar de la edad que tiene”.
En cambio, sobre un hombre, en general es “qué lindas le quedan las canas”, “los rasgos se le asentaron”, nunca escuché decir que una mujer es más linda a los 60 que a los 20, y sí lo escuché decir de un hombre. Entonces, esa relación es cultural con la belleza de la mujer, que es carcelaria, a mí me pesa. Solo que yo no escribo ensayo, no escribo no-ficción, no escribo panfleto, entonces solo lo podía poner en escena en una ficción, las mujeres como excombatientes.
Para reponer sobre lo que dice la autora: Sontag, en su ensayo, propone que cuando una mujer envejece, se ensucia, pierde valor, deja de ser gozosa para la mirada del resto, pierde lugar, se pierde. En cambio, un hombre consigue valor agregado. Conocimientos, dinero, prestigio. En las primeras, lo que se valora es lo contrario, la inexperiencia, la ingenuidad, la minoría de edad. Pedofilia o, directamente, el otro extremo: la edad avanzada se convierte en una categoría porno, “le dije que sos mi milf”, le dice el chico que conoce a Ana, la protagonista del cuarto cuento, a su novia, con quien tiene una relación abierta. “Ana se desilusionó” por “lo de su edad como fetiche”.
- Es un odio que no es autoinfundado, ¿no?, sino que es súper cultural. Es muy humillante, es muy difícil atravesar la vergüenza de la vejez.
Total, Sontag dice que el cuerpo de una mujer vieja es humillante, es bochornoso, tiene inmoralidad.
- Es una transgresión.
Ellas están también batallando, y luchando contra ese paso del tiempo, pero después aparece esta madre que también es un poco monstruosa, es una madre que tiene adentro a la hija y la hija un poco es la madre de la hija al final, cuando las personas llegan a la vejez se convierten en hijos de sus hijos, entonces también traté de imaginarme esta suerte de mamushkas que a veces somos las mujeres entre sí. Lo que hace que vos estés cuidando a quien te cuidó se vuelve como una trenza. Lo que intenté hacer ahí es que esa confusión también se generara con los tiempos. No se sabe demasiado bien en qué tiempo están, si en el pasado o en esa tarde de cumpleaños.
- ¿Qué opinas sobre esto que digo de que la vejez femenina está poco visitada?, ¿te parece que es tabú todavía?
Estaba tratando de recordar libros recientes con ancianas. Hay una novela de Natalia Rosenblum sobre mujeres viejas y es muy linda. Hay otra de Adriana Riva, La sal (2020), en la que también hay una madre grande y una hija adulta. En general me parece que en donde más convivimos con los estereotipos de estas viejas brujas, no se si es en la literatura, pero sí posiblemente en el cine, en general una actriz de cuarenta años sólo puede hacer de madre, cuando en la vida posiblemente a los cuarenta años, a veces si sabés quién sos, si tuviste la suerte, no es lo único que tenés para hacer ser madre hoy. Ya desde hace años que eso no es así, pero me parece que todavía hay esferas en las que esos estereotipos siguen funcionando muy rígidamente.
- Creo que es, mitad que es menos redituable, mitad que en la industria cultural medio que todo llega tarde
Eso pasa, yo tengo amigas actrices, tengo una amiga que una vez me decía, ‘tengo una edad -tiene 36 años-, en la que ya no soy la chica de la que se enamora el pibe’ pero tampoco puede ser la señora de la casa entonces, queda en un limbo. Pero bueno, ese es el problema de los directores hombres. Un poco como el personaje del último cuento, él representa un poco este lugar común que dice que la actriz tiene que ser linda por sobre todas las cosas. En las actrices es donde uno ve explotado todos estos lugares comunes y prejuicios vetustos, porque trabajan con su imagen, pero bueno, en realidad es algo que afecta a todas las mujeres.
- Es que es muy difícil correrse y generar ideas que vayan a contracorriente cuando te falta representación
Sí, me preguntaba a qué se debía eso que les pasaba a esas mujeres enojadas, qué sentían; a veces es así como escribo, preguntándome qué le pasa a los personajes o por qué están cómo están. En el segundo cuento, por ejemplo, yo me preguntaba qué le pasaba a esa mujer suicida. Tampoco lo tenía tan claro, es algo que también va apareciendo en la escritura.
- En el segundo cuento Leslie (la escritora de best-seller eróticos para lectoras mujeres heterosexuales, como 50 sombras de Grey) escribe y es bastante explícita la manera en la que ella lleva a cabo su tarea de escritura, su método, y varias veces dice que ella quiere venderle a sus lectoras sueños, fantasías a las que es casi imposible acceder. Lo comparaba con tu propia escritura, porque es una declaración contraria a lo que vos nos estás dando a los lectores y a lo que me decís acá, ¿lo habías pensado así?
No son personajes que la estén pasando bien. Sí, claro, esta autora lo que le dice a la correctora es que quiere cumplirle sueños, hay algo de ese tipo de literatura que son como las películas de amor, o las comedias románticas. Son ficciones estereotipadas, chicas jóvenes pobres en megaciudades como Nueva York, que conocen a un rico, que las saca de la pobreza y se casan al final. Me divertía imaginarme al personaje, quién podría ser la mujer que podía estar escribiendo eso, y que no tuviera nada que ver con sus personajes, que fuese alguien más impredecible, más salvaje, que no respondiera a esos estereotipos que aparecen en sus propias novelas, pero mientras la escribía me di cuenta de que me resultaba menos interesante ella que la correctora, Julia. Me parecía que ese personaje tenía otra hondura y más matices, yo tampoco me terminaba de dar cuenta qué es lo que le pasaba. Por qué una mujer puede llegar a estar trabada, demorada en el dolor. Eso fue un tema para mí. Me interesaba pensar qué pasa si estos cuentos toman una fracción de tiempo de la vida de estos personajes en los que digamos que no hay una gran evolución. Sí hay algo que cambió pero quizás es muy sutil.
- Una toma de conciencia, una epifanía, ¿no?
Algo pasa pero de cualquier manera no hay una gran evolución en su pesar, es como una foto en un momento de su vida.
- También, es bastante verosímil tratarlo así, sabiendo que el dolor es recurrente, circular, autorreferencial.
También opera como un imán. Las cosas que te traumaron siempre están ahí, son como soles. Como una cosa que proyecta mucha demanda, como una fuerza que está ahí, que te alejás pero terminás orbitando.
- Ser humano te hace identificarte mucho con el dolor, encontrar confort ahí.
También, un poco son esos personajes del final, acomodados en ese auto explosivo.
- Ahí, leyéndolo, encontré desesperación más que angustia, ahora que hablo con vos me doy cuenta. Una impresión de lectura que fue una sensación de asfixia, creo que está bueno que la genere, porque son situaciones en las que te podés identificar…
Traté de pensar si se podía narrar una discusión que empezaba en Buenos Aires, duraba un viaje en auto, transcurría durante todo un fin de semana y volvía y se sostenía. Cuánto podía durar realmente una discusión.
- Es muy adictivo un conflicto
La pelea es el marco, la línea narrativa es esa discusión, ella está recordando, aparece el flashback, pero el tiempo que dura el viaje es casi una pelea.
- Yo venía pensando, no sé si en que el hilo conductor era el estancamiento, pero sí veía que la imagen de la piedra se repite varias veces
Sí, “Las piedras que usan las mujeres”, es como las piedras en general. Las piedras como todo lo que estás dispuesta a cargar, algo que no podés evitar cargar, y al final la piedra también, viste cuando aparecen las metáforas medio berretas de la enfermedad como la piedra, bueno, también. Esta mujer abraza esta idea de abrazar esta piedra sanadora, bueno, condensaba mucho la idea esta piedra negra, la obsidiana además está compuesta por un material que es casi como un espejo, de tan negra que es.
- También pueden ser amuletos
Un poco en el tercero tiene esa doble función, carga y amuleto, y decide hacer algo al final con eso.
- ¿Por qué elegiste este título?
En realidad era el título del segundo cuento, que es algo que le dice el personaje de la suegra a Julia cuando está postrada en la cama, se lo dice con buenas intenciones, esto ya va a pasar. Yo había presentado otro relato al concurso, que no prosperó, y el editor me sugirió este. Pero mirá, hay otro libro que se llama así. Es de Miley Cyrus, ni sabía que tenía un libro. Nadie me avisó. Antes le había puesto un título largo, como de tratado, le había puesto La madre, el trabajo, la muerte, el amor y no prosperó.
Lo que yo tenía en la cabeza era un libro de cuatro relatos largos, que estuvieran vinculados de alguna manera, no quería que fueran más. Cuatro cuentos, cuatro partes.