Es interesante cómo la vida está plagada de repeticiones innecesarias. Creo que los seres humanos mutamos mucho en estas paradojas. En esas roscas internas. En una especie de duelo contra la finitud y el caos de la vida. Lisa y llanamente, una simulación de que podemos tener control sobre las cosas.
Siento que en la política se da un fenómeno igual. Una neurosis de la clase dirigente por evitar el “se le escapó la tortuga”. Avizoro que los hechos de la última semana reflejan un reacomodamiento desesperado por intentar reconfigurar la historia.
¿Acaso el poder de la política es tal que puede alterar el curso del tiempo? Al intentar responder este interrogante se me vino a la cabeza el escritor francés Henri Bordeaux, un novelista francés que no tuvo mucha injerencia en la escritura latinoamericana, pero que fue conocido en el viejo continente por sus obras que reflejan valores tradicionales y temas de honor, patriotismo y devoción familiar. En síntesis, un conservador en auge durante la Segunda República Francesa. Sin embargo, Bordeaux experimentaba en su juego de palabras con una visión dinámica y manifestaba que “...la política es la historia que se está haciendo, o que se está deshaciendo.”.

La frase propone una dualidad: la política, como una fuerza activa en el presente, tiene el poder de construir, consolidar y hacer avanzar, pero también de disolver, erosionar y revertir. En este sentido, se nos invita a pensarla no sólo como una herramienta de cambio y de progreso, sino también como un mecanismo que puede deshacer estructuras sociales y políticas establecidas. Históricamente, esto es evidente en momentos de crisis o de reformas radicales, como el que nos toca vivir, donde el tejido político y social puede transformarse profundamente, ya sea para avanzar hacia un nuevo orden o para retornar a una estructura anterior. En muchos casos, el "deshacer" es parte del ciclo natural de la vida, en el que estructuras aparentemente firmes acaban desgastadas por el tiempo o por el cambio de circunstancias.
Ahora bien, desde una perspectiva más interesante y a mi entender, el “hacer” y el “deshacer” no son necesariamente opuestos, sino partes de una dialéctica donde fuerzas en conflicto constantemente negocian, imponen o destruyen intereses. Así, la política se convierte en una arena donde actores y grupos buscan moldear la historia en función de sus ideales, pero siempre en tensión con quienes desean hacer lo contrario. Es en este conflicto donde la historia se "hace" o se "deshace," evidenciando que la política no es lineal, sino una compleja lucha de poderes.
Es esa contienda la que ha quedado en evidencia con la reconfiguración de la paridad CFK-Milei. Es difícil reconocerlo, pero lo es: me equivoqué. Hace un par de columnas manifesté que para mí no había más nafta en el tanque que moviliza el golem kichnerista. Aun así, en un escenario absolutamente desfavorable, en lo que reviste a la sentencia de casación por vialidad, resurgió con fuerza. Ahí está. Revitalizada. Como si desde Comodoro Py, lejos de enterrarla, la hayan investido como una corriente de aire fresco para un Justicialismo con estrés post traumático. Pareciera que hay un capítulo más de esa aventura.
A su vez, sus masas se organizan y se entusiasman. Es el “hace” y “deshace” de la revitalización constante del aparato kirchnerista. Absolutamente extraordinario. Con sus cánticos, transmiten que habrá consecuencias si alguien intenta ir en contra de Cristina. Al mismo tiempo, sugieren que la misma energía de la movilización podría surgir de nuevo, aunque con reclamos menos amistosos hacia los primeros resultados de su conducción en el PJ. Este respaldo masivo también lleva implícito un aviso. Es un mensaje de doble filo y para dos públicos: la militancia le expresa su apoyo, pero a la vez le dejan en claro sus condiciones y expectativas.

Ese para mí es el filo del diagnóstico: ¿A dónde está el futuro? Si bien reconozco tener coincidencias con el peronismo y aspiro a una convergencia democrática contra este fascismo mileista, no concibo que el pasado sea presente y quiera ser futuro. No blinda a la calidad de la política, más aún cuando se torna todo tan fundamentalista, teatralizado y carente de un análisis del programa que la República necesita. ¿Hay algún análisis o crítica de la última experiencia de gobierno?
Frente a estos hechos, visualizo que la gran mayoría de la clase política no se hace más popular sino más elitista, porque quienes poseen los instrumentos para moldearla juzgan que el ciudadano de a pie no está en condiciones de usarla. Es un arma demasiado sofisticada. Quizá tengan razón, pero no intentan el camino de la pedagogía política, que los corporativistas y los elitistas han desguazado durante años de vasallaje económico y autocracia. En conclusión, si la mayoría no entiende; no vale la pena el esfuerzo de explicar para que se pueda comprender.
Es la rutina extraordinaria de nuestro presente: la agonía y desagonía de la construcción del pensamiento político. Y no hablo solamente de falta de interés, como suele decirse respecto a lo social y a lo público. Lo trágico es que se está cuestionando un principio y señalando su carencia a la vez. Asimismo, todo parece una parodia donde se resalta más el fracaso de aspiraciones políticas desmedidas, que la discusión del programa a defender. Esto lo veo repetido en el clamor de los medios corporativistas y oficialistas, donde lo político se vuelve una caricatura exagerada. Algo para divertirse y reírse; dejando la idea de que la política requiere arte y disciplina. Y los que vivimos la militancia lo sufrimos intensamente, enfrentándonos a un contraste agudo, con escasas perspectivas de futuro, en un camino arduo y despreciado. Como si la política tuviese que pagar peajes en cada manifestación pública que invite a la reflexión y a la vanguardia.
Frente a esta maquinaria de ilusiones y desencuentros, cabe preguntarse si no estamos todos atrapados en una especie de teatro del absurdo donde, más allá de las luchas y los ideales, prevalece una inercia corrosiva. La política, en este sentido, parece haber abandonado su vocación transformadora para convertirse en un espectáculo perpetuo, donde lo esencial queda enterrado bajo capas de simbolismo y cálculo estratégico.

Sin embargo, hay algo profundamente humano en este juego de “hacer” y “deshacer,” en este movimiento pendular entre el pasado y el futuro que nunca parece encontrar el equilibrio. Es como si viviéramos atrapados en un bucle deseando avanzar, pero sin poder desprendernos del peso de lo que fue. Aquí me resuena la sabiduría de Cortázar cuando, en Libro de Manuel, afirma: “...la realidad es un fracaso del hombre aunque no lo sea del pajarito que vuela sin hacerse preguntas y se muere sin saberlo.”.
El desafío, entonces, es convertir la política en un espacio donde lo humano recupere su lugar central, donde las contradicciones dejen de ser un lastre y se conviertan en el motor de una utopía genuina. Solo así lograremos salir de esa “rosca” infinita que no es más que una simulación de control sobre el caos. Porque, al final, la política también debería ser el arte de aceptar la incertidumbre y de bailar con ella, sin miedo a tropezar.
Por Alejo Ríos (@larunflaradical)
Foto: AFP