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Columnistas

Será porque nos queremos sentir bien

"Será porque nos queremos sentir bien", columna de Alejo Álvarez Tolosa
Por Alejo Álvarez Tolosa |Foto: @phticocid

Al final, la imaginación es más importante que el conocimiento. Parece contradictorio, digo, esto de empezar un texto con lo último que cualquiera podría deducir después de haber leído tanto, de haber pensado lo suficiente, descartado lo necesario, y concluído que, bueno, eso, la imaginación. Pero como casi todas las cosas en esta vida, excepto las más cruentas y elementales, porque al final también descubrimos que casi todo lo que nos rodea es una reverenda boludez, dependen del peldaño de la escalera en el cual estemos parados, o arrodillados. Es muy fácil, al final es bastante fácil encontrar paz en la memoria, si pensamos en ella como en un tren que se incrusta en un lugar nuevo que jamás hemos visitado, y que posiblemente jamás recordaremos. ¿No es acaso eso la vida? Digo, ir olvidando. Claro.

El piso es frío. Congelado. Tiene sentido, y además, quién podría haber esperado algo diferente, si es ése justamente el motivo por el cual mucha gente no quiere venir a este lugar, en esta época, si incluso lo evitan, le huyen como dos imanes del mismo polo, lo esquivan igual que muchos rodean su propia conciencia. Ahí va uno caminando, uno que piensa que para qué está acá; y allá otra, que tiene esa cara de pocos amigos, renegando. Yo vivo acá, y todo es mágico. Los miro volverse locos por permanecer, mientras me miran solemnes, después de visitar al tanatólogo, para ver cómo hacerme desaparecer. Algún día comprenderán que para subir más alto jamás es necesario pisarle la cabeza a nadie, y que el callejón, tarde o temprano, se estrecha para que todos quedemos apretados como en una estampida hacia un acantilado. El piso es frío. Bueno, quizá no tanto.

Porque, en rigor y al principio de cada momento, es cierto también que nunca jamás, sería imposible siendo honestos, repetir algo, ser otra vez, una vez más, el o la que alguna vez fuimos. El tren avanza igual que una gota rompe el aire, así, sin alteraciones aparentes, aunque sí, cambia, muta y transforma súbitamente todo, al mismo tiempo, y entonces, nada parece cambiar.  Pero atención. Ese río que miro ahora, puede que sea la segunda vez que mis ojos lo ven, o la tercera, pero también es cierto: jamás lo había visto de esta manera. Qué estupidez. Qué frivolidad absoluta. Qué sinsentido. Nada lo tiene. Y entonces al final, cuál es el final. Allá, a donde vamos, hay tanto amor, tanta melodía solemne, tanto, que puede que detrás de eso, final y gratamente, no exista nada más.

Miro a un niño leer. Atentamente. Y de repente, igual que quien saca un arma en medio de un hospital, y después de hurgar sin mirar su bolsillo, saca y apunta con una lápiz negro y ancho. Subraya con ganas, igual que quien anota los números del bingo, y después lo guarda y sigue leyendo. Lo miro y de repente algo de mi esperanza se muere, o cae rendida, que es una manera menos solemne de morir. Puedo sentirlo, igual que el frío que sube por mis piernas. Alguien cayó y no se levantó. Quizá yo. Pero vamos, seamos honestos, alguien que subraya un libro es, también, alguien que carece por completo del sentido de la estética, y también, alguien que está dispuesto a perder el poder de descubrir la belleza del todo como algo singular y absoluto, abandonando la honda idea de que es la suma de las partes las que pintan finalmente un lugar, un recuerdo, o una forma de ver el mundo. Las personas que necesitan señalar algo para recordarlo, quizá, al final, sean las únicas que acaben perdidas para siempre.

Y en el final de los finales, la ficción siempre se mezcla, necesariamente, con la realidad, y hay que saber manejarla, igual que un carpintero a la madera, porque tiene sus reglas, porque responden no a lo que vemos sino justamente a todo lo contrario. Es un viva la pepa, diría mi abuela, pero también, es la vida. Oscura y a tientas, como si hubieran apagado la luz, que van a apagarla, más temprano que tarde, y que ahí, cuando la realidad se torna insoportable, la única soga que cuelga es la de la fantasía, esquiva y solitaria fantasía. Y todo eso porque nos queremos sentir bien.

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