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Opinión

La Argentina de los pelotudos: La ingenuidad y la estafa del presidente

Milei

Mi infancia, como he comentado en otras oportunidades, transcurrió en el barrio de Once. Era un lugar donde circulaban muchos "personajes", es decir, gente muy particular. En los últimos días, recordé a uno de ellos.

En la calle Castelli vivía un hombre conocido como "Meco". Compartía un modesto departamento con su hija, Charito, y su yerno. Meco era un hombre de aspecto descuidado, con cabello despeinado y barba desaliñada, pero en el barrio lo recordaban como una buena persona. Había trabajado como taxista hasta que la pérdida de su visión y ciertos desvaríos mentales lo llevaron a depender de su familia. Charito no podía dejarlo solo, ya que Meco solía meterse en problemas constantemente.

Mi mamá me contó que una vez, durante la campaña de Erman González para diputado nacional por la ciudad, Meco, ferviente peronista que contaba con una foto junto al General en Ezeiza, decidió donar las sillas del comedor y la mitad de su jubilación para la causa política. Esto generó un gran conflicto en su hogar. En otras ocasiones, se escapaba y deambulaba por las calles, perdiéndose durante horas antes de ser encontrado. Siempre recuerdo a su yerno, que solía decir que "Meco" era un pelotudo.

Esta historia me recuerda una escena emblemática del cine argentino, en "El secreto de sus ojos", donde el oficial Espósito, interpretado por Ricardo Darín, reflexiona:

"Hay miles de pelotudos: está el pelotudo tranquilo, pacífico, que sabe que es un pelotudo. No jode para que no lo jodan, hace su vida pero no hincha las pelotas. Y está el pelotudo que se cree que es un genio, se manda mil cagadas y uno tiene que andar detrás limpiándole el culo".

Hay miles de pelotudos: está el pelotudo tranquilo, pacífico, que sabe que es un pelotudo. No jode para que no lo jodan, hace su vida pero no hincha las pelotas. Y está el pelotudo que se cree que es un genio, se manda mil cagadas y uno tiene que andar detrás limpiándole el culo

Esta reflexión cobra relevancia ante el reciente escándalo que involucra al presidente de la Nación, Javier Milei. El mandatario promovió en sus redes sociales una criptomoneda llamada $Libra, describiéndola como un proyecto destinado a financiar pequeñas empresas argentinas. Sin embargo, tras su promoción, la moneda alcanzó un valor máximo de 4,7 dólares para luego desplomarse, dejando a más de 40.000 inversores con pérdidas significativas. Los desarrolladores retiraron entre 80 y 100 millones de dólares, dejando la moneda sin valor.

Milei intentó desvincularse del escándalo, afirmando que solo difundió el proyecto y que los inversores eran conscientes del riesgo, comparándolo con "ir al casino y perder plata". Esta actitud refleja una peligrosa combinación de imprudencia y arrogancia, similar a la del "pelotudo que se cree un genio" descrito por Espósito.

La situación es alarmante. Un presidente que, en su afán de mostrarse como un visionario, se involucra en proyectos dudosos sin la debida diligencia, poniendo en riesgo la economía y la confianza de los ciudadanos. Su comportamiento errático y su incapacidad para reconocer errores demuestran una falta de respeto hacia la investidura presidencial y hacia el pueblo argentino.

Milei

En su delirio mesiánico, Milei ha arrastrado al país a una crisis de credibilidad. La política no puede tomarse a la ligera, y este episodio es una muestra de las graves consecuencias de la irresponsabilidad en el ejercicio del poder. Como decía Espósito, los "pelotudos" que se creen genios se mandan mil cagadas, y es el pueblo quien termina pagando las consecuencias.

Sin embargo, hay que reconocer que la historia argentina está repleta de personajes como nuestro presidente y mi viejo vecino Meco. Son esos individuos que, por una mezcla de ingenuidad, idealismo y un toque de locura, terminan siendo protagonistas involuntarios de situaciones que oscilan entre la tragedia y la comedia. Pero, ¿acaso no es así la historia de nuestro país? Como decía Macedonio Fernández: "Nada es más serio que el humor, ni más humorístico que la seriedad".

Hay que reconocer que la historia argentina está repleta de personajes como nuestro presidente y mi viejo vecino Meco. Son esos individuos que, por una mezcla de ingenuidad, idealismo y un toque de locura, terminan siendo protagonistas involuntarios de situaciones que oscilan entre la tragedia y la comedia.

Voy a dar como ejemplo otro episodio inolvidable de mi infancia en el que Meco, creyendo que un sujeto en la calle le había vendido un billete de lotería ganador, se lanzó a la quiniela con la convicción de un general en la batalla. Lamentablemente, no se dio cuenta de que el número estaba vencido desde el Mundial del '78.

"Siempre hay que apostar al 14, el borracho", decía él, con la certeza del que cree que la vida es una combinación de azar y destino. Y aunque perdió hasta el vuelto de la panadería, su mayor tragedia fue soportar las carcajadas de su yerno, que lo recibía con la inquebrantable sentencia: "Meco, sos un pelotudo".

milei viale

Ahora, si hacemos el esfuerzo de conectar estos episodios con el presente, no podemos dejar de ver un patrón repetitivo. La historia de la Argentina está hecha de Mecos y Mileis. Uno, un viejo soñador que donaba las sillas de su casa creyendo en la causa peronista. El otro, un presidente que, en lugar de sillas, nos vende espejitos de colores disfrazados de criptomonedas. Ambos tienen una visión distorsionada de la realidad, aunque la diferencia crucial es que Meco solo ponía en riesgo su comedor, mientras que el otro juega con el país entero.

La cuestión es que, al final del día, Meco, a pesar de sus desvaríos, era un buen tipo. No lucraba con la ingenuidad ajena ni se creía un genio incomprendido. Sabía que su destino estaba marcado por una mezcla de suerte, mala fortuna y el peso de la historia. En cambio, el problema con Milei es que cree que puede romper las reglas del universo con la misma facilidad con la que Meco apostaba a la quiniela.

Y aquí es donde la cultura criolla tiene algo que enseñarnos. Como bien decía el Martín Fierro: "Los hermanos sean unidos, porque esa es la ley primera". Pero claro, si cada uno anda por la vida vendiendo humo y desentendiéndose de las consecuencias, terminamos con un país en el que los estafadores son aplaudidos y los que advierten son llamados "alarmistas".

Tal vez la lección de todo esto sea simple: siempre habrá Mecos y siempre habrá Mileis. Pero es nuestra responsabilidad saber diferenciar entre la inocencia de uno y la soberbia del otro.

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