Jorge Mario Bergoglio nació en Buenos Aires el 17 de diciembre de 1936, en una casa modesta del barrio de Flores. Hijo de inmigrantes italianos, fue el mayor de cinco hermanos y creció en un ambiente de trabajo, fe y fútbol. Estudió química y trabajó en un laboratorio antes de sentir la vocación religiosa. Amante del tango, del cine y de San Lorenzo, fue un porteño de ley y no se olvidó de sus raíces hasta el día en que murió, a sus 88 años y siendo conocido como el papa Francisco.
El papa Francisco: de sacerdote a cardenal
Ingresó al seminario de los jesuitas en 1958 y se convirtió en sacerdote en 1969. En los años 70 fue maestro de novicios y rector del Colegio Máximo de San Miguel. Durante la dictadura militar, su rol generó controversia, aunque con el tiempo varios testimonios reconocieron que ayudó a salvar a varias personas, perseguidas por los militares.
En 1992 fue nombrado obispo auxiliar de Buenos Aires, y cinco años después, arzobispo. Desde ese lugar empezó a forjar un perfil propio: se lo veía viajando en colectivo, recorriendo las villas y predicando para los que menos tienen. Nunca se sintió cómodo con los lujos ni con los roces del poder político o eclesiástico. Era el cura que prefería el silencio antes que el protagonismo, pero su voz empezó a pesar cada vez más.
En 2001, Juan Pablo II lo nombró cardenal. A pesar del cargo, siguió viviendo con sencillez. En esos años profundizó su perfil crítico frente a la desigualdad social, la pobreza estructural y la corrupción. Mantuvo distancia de los gobiernos de turno, pero fue especialmente duro con las injusticias. En el cónclave de 2005, ya se hablaba de él como posible Papa, aunque se mantuvo en segundo plano.
Fumata blanca y habemus Papa
El 13 de marzo de 2013, tras la renuncia de Benedicto XVI, fue elegido papa. Eligió el nombre de Francisco, en honor a San Francisco de Asís, y con eso dio la primera señal de su estilo: despojado, humilde y cercano. Desde el balcón de San Pedro pidió "que recen por él", y con ese gesto rompió el molde. Fue el primer papa latinoamericano, el primero jesuita y el primero no europeo en más de mil años.
Durante su pontificado, Francisco sacudió al Vaticano con reformas profundas: limpió las finanzas, enfrentó a los sectores más conservadores, y denunció sin miedo las desigualdades del mundo. Visitó cárceles, campos de refugiados y zonas de guerra. Habló claro contra el abuso de poder, la exclusión y la destrucción del ambiente. Su encíclica Laudato Si’ fue una llamada de atención global. También promovió un camino sinodal para que la Iglesia escuche más y mande menos.
Además, pateó el tablero con el proceso de reforma global, poniendo sobre la mesa temas tabú para la Iglesia como el rol de la mujer, el celibato, la sexualidad y el uso del poder. Todo con la sombra pesada de los abusos clericales, a los que intentó enfrentar con más decisión que sus antecesores.
También, el papa Francisco buscó abrir la puerta a los divorciados que volvían a casarse, y no le tembló el pulso al limitar las misas en latín, que algunos usaban para dividir más que unir. Claro que esas movidas no gustaron en ciertos sectores conservadores, sobre todo en Estados Unidos, donde le salieron al cruce acusándolo de traicionar la tradición. Pero él no se achicó. "Rezo para que no haya cismas, pero no tengo miedo", declaró en 2019.
No todo fue fácil. Recibió críticas que lo acusaban de tibio ante ciertos temas y por la lentitud en avanzar con algunos cambios. Las disputas internas en el Vaticano no se calmaron del todo, y hubo sectores que nunca le perdonaron su estilo horizontal. Sin embargo, su liderazgo fue reconocido fuera de la Iglesia: ganó respeto como referente moral y su figura superó largamente el ámbito religioso.
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