En una Buenos Aires cada vez más atravesada por lo cosmopolita, donde los sabores del mundo ganan terreno en cada esquina, hay rincones que resisten con dignidad y sabor bien local, como este bodegón ubicado en el corazón de La Boca. A metros del Riachuelo y muy cerca de la Usina del Arte, sobrevive como uno de los mayores tesoros gastronómicos de la ciudad: se llama El Obrero y desde hace siete décadas ofrece platos tradicionales con alma de barrio y un respeto absoluto por la cocina porteña.
Fundado en 1954 por dos inmigrantes asturianos, Marcelino y Francisco Castro, este bodegón nació como punto de encuentro para los obreros que trabajaban en las fábricas y el puerto de la zona. Hoy, gestionado por la tercera generación familiar, conserva intacto ese espíritu de comida abundante, trato directo y ambiente popular, pero con una fama que ya trascendió fronteras. Personalidades como Francis Mallmann, Bono y Robert De Niro pasaron por sus mesas, rendidos ante su propuesta simple pero infalible.
Pero si hay un plato que logró conquistar paladares y titulares, es la milanesa. Según Taste Atlas, la plataforma global que rankea comidas típicas del mundo, El Obrero tiene la mejor milanesa de Buenos Aires. Y no es sólo una cuestión de tamaño: la napolitana que sirven ahí —calificada como “colosal” por la influencer gastronómica Allie Lazar— es un emblema del bodegón porteño en su máxima expresión.
Milanesas, rabas y revuelto gramajo: clásicos que no fallan
En este bodegón emblemático, la carta es un homenaje a la tradición rioplatense. Además de su legendaria milanesa napolitana, hay otras joyitas que completan la experiencia: el revuelto gramajo, las rabas y la tortilla con papas y chorizo colorado están entre los más celebrados por críticos y comensales. Todo servido con la generosidad típica del bodegón: porciones abundantes, sin vueltas, y con el sabor de la cocina casera.
El sector parrilla también tiene lo suyo. A cargo de Jorge —un maestro de 82 años que trabaja allí desde su adolescencia— salen cortes como el bife de chorizo, el ojo de bife y el matambrito, todos con ese punto justo que sólo dan los años de experiencia. Y si de pastas se trata, los ravioles verdes caseros, rellenos de ricota, muzzarella y albahaca, merecen mención aparte.
Y como buen bodegón, los postres no se quedan atrás. El flan con dulce, las frutillas con crema y un inolvidable postre de la casa —con vainillas, pastelera y dulce de leche— cierran el menú con ese toque dulce y entrañable que remite a las sobremesas de antes.
El bodegón de las estrellas (y de los vecinos)
La historia de El Obrero es también la historia de su barrio. Supo adaptarse a los cambios del entorno sin perder su esencia. Cuando la actividad industrial decayó, el bodegón viró al turno noche y abrió sus puertas a nuevos públicos. Hoy recibe desde vecinos fieles hasta turistas que llegan por recomendaciones de boca en boca —o incluso por anécdotas que involucran a estrellas de Hollywood.
“Una vez entró un runner que nos contó que había venido porque De Niro le recomendó el bife de chorizo y la tortilla”, contó Silvia, hija de uno de los fundadores, en una entrevista con Clarín. Ese tipo de historias son parte del folklore de este bodegón, donde lo porteño no es una pose, sino una forma de vida.
El Obrero queda en Agustín Caffarena 64, en el barrio de La Boca. Abre de martes a sábado, de 20 a 2 de la mañana. Un refugio donde el tiempo parece haberse detenido y donde cada bocado confirma por qué, en materia de milanesas, este bodegón no tiene rival.
