La muerte del papa Francisco no solo abre interrogantes sobre su sucesor, sino que también resucita antiguas historias, leyendas y profecías que rodean al trono de San Pedro. Entre ellas, una de las más intrigantes es la que habla de la única mujer que habría sido Papa en la historia: la famosa, y a la vez escurridiza, papisa Juana. Aunque la Iglesia Católica lo niega categóricamente, el mito persiste desde hace siglos y sigue generando debates sobre el rol de las mujeres en el Vaticano.
En pleno siglo XXI, todavía no existe la posibilidad formal de que una mujer sea elegida como Papa. Así lo dejó en claro el papa Juan Pablo II en los años noventa, cuando ratificó que el sacerdocio está reservado exclusivamente a varones, apoyándose en la figura de los doce apóstoles —todos hombres— y en ciertas interpretaciones bíblicas. Este límite institucional deja fuera a las mujeres de toda la jerarquía eclesiástica que conduce al pontificado.
Sin embargo, la figura de la papisa Juana se mantiene viva como una de las historias más provocadoras dentro del imaginario católico. ¿Fue real? ¿Fue un invento de la Edad Media? ¿Por qué la Iglesia se ocupó tanto de desmentirla? Lo cierto es que la leyenda tiene tantos matices como versiones, y aunque los historiadores modernos coinciden en que se trata de una ficción, el relato sigue seduciendo a curiosos y estudiosos por igual.

La leyenda de la papisa Juana: una historia entre la fe y la ficción
Según el relato más difundido, Juana nació en el año 822 en Ingelheim, cerca de Maguncia, y era hija de un monje inglés. En una época donde las mujeres tenían vedado el acceso al saber, Juana logró educarse en secreto, aprendió griego y estudió las Escrituras. Al crecer, decidió hacerse pasar por hombre y adoptó el nombre de Johannes Anglicus —Juan el Inglés— para ingresar al ámbito eclesiástico, único camino disponible para quienes querían dedicarse al estudio.
Durante años, la papisa Juana habría recorrido monasterios, perfeccionado sus conocimientos y trabado vínculos con figuras relevantes de la época. Su talento y erudición la llevaron finalmente a Roma, donde fue bien recibida en la Curia y terminó convirtiéndose en secretaria del papa León IV. Tras la muerte de este, en 855, habría sido elegida como su sucesora bajo el nombre de Benedicto III o Juan VIII, según la versión que se adopte.

La leyenda cuenta que su identidad fue descubierta de la manera más trágica: durante una procesión, Juana —embarazada del embajador Lamberto de Sajonia— entró en trabajo de parto y dio a luz en plena calle, frente a una multitud. Las versiones difieren sobre su destino: algunos afirman que fue lapidada por la muchedumbre; otros, que fue asesinada en secreto. Este episodio habría generado un protocolo insólito dentro del Vaticano: la supuesta “prueba de virilidad”, que consistía en verificar que el nuevo Papa efectivamente tuviera genitales masculinos.
El peso de una leyenda que incomoda a la Iglesia
Pese a su persistencia en la cultura popular, los historiadores eclesiásticos comenzaron a desmentir la existencia de la papisa a partir del siglo XVI. El primero en hacerlo de manera sistemática fue el agustino Onofrio Panvinio en 1562, quien redactó una refutación basada en cronologías papales y documentos oficiales. A partir de entonces, la Iglesia ha sostenido que todo se trató de una fábula surgida en el medioevo con fines satíricos o políticos.

Sin embargo, durante siglos la figura de la papisa Juana fue utilizada como símbolo de crítica a la rigidez del Vaticano y su negativa a abrir espacios de liderazgo femenino.
Hoy, mientras el mundo espera la elección del próximo Papa tras la muerte de Francisco, la leyenda de la papisa reaparece como un espejo incómodo de lo que fue y de lo que podría haber sido. Una historia que, aunque desacreditada por la historia oficial, sigue interpelando al presente y encendiendo preguntas que aún no tienen respuesta.