Saturday, 21 de June de 2025 Cielo claro 15.3 °C cielo claro
 
Lunes, 11 de Octubre de 2021 Cielo claro 15.3 °C cielo claro
 
Dólar BNA: $1180
Dólar Blue: $1200
Columnistas

Mujica: Una vida, al fin y al cabo

Hay vidas que no mueren: se siembran. Y en su raíz más honda, florece —silenciosa— la dignidad.
mujica
Por Alejo Ríos |Fundador de "La Runfla Radical"

Un martes cualquiera. El tránsito, los cuerpos en fila en la calle Perú, el kiosco humeando café barato, y yo saliendo de la editorial con la respiración prestada de la rutina. Entonces el zumbido del celular, breve y feroz como un presagio: “Se acaba de morir el Pepe en Montevideo”, escribió mi compañera.

Seguí caminando. Como si nada. Como si todo. Las baldosas seguían firmes, la ciudad no se caía, pero algo se había quebrado. Lo supe al doblar en Florida. Lo confirmé en Lavalle. Era la orfandad discreta que dejan los hombres de verdad cuando se van.

La muerte de Mujica no llegó como sorpresa, sino como evidencia. Ya lo sabíamos viejo, enfermo, acaso próximo. Pero hay muertes que no hieren por inesperadas, sino por definitivas. Muertes que clausuran un tono del mundo. Mujica fue eso: un timbre apagado, una frecuencia que ya no vibra.

mujica
Mujica pronuncia un discurso en Buenos Aires el 10 de septiembre de 2009 (AFP)

No era perfecto —nadie lo es—, pero era real. Y eso hoy es un lujo.
Lo escuchábamos y creíamos. No porque gritara verdades, sino porque encarnaba una. No necesitaba impostar, adornarse, actuar. Hablaba como quien ya perdió todo y eligió no mentir más. Como quien sabe que la palabra vale apenas más que el silencio, pero que a veces alcanza.

Fue guerrillero, fue preso, fue rehén. Vivió en agujeros, en pozos, en sitios donde la soledad no es un estado sino una presencia. Lo cercaron doce años, no con barrotes, sino con el olvido. Y sin embargo salió. No pidió venganza, no reclamó castigos. Salió con pensamiento, con filosofía, como si el encierro le hubiera podado el odio para que brotara la ética.

“Más cuesta mantener el orden de la libertad que el de la represión”, cuenta la leyenda que escribió Facundo Quiroga antes de morir asesinado en una posta de Barranca Yaco. Mujica eligió ese orden más difícil: el de la libertad que no se proclama, sino que se ejerce.

Renunció a las armas cuando entendió que el tiempo ya no exigía pólvora, sino ideas. Gobernó sin corbata, sin pose, sin marketing. No hablaba como presidente: hablaba como uno más. Pero cuando hablaba, pesaba. Porque no venía a vender futuro, sino a pensar el presente.

Era austero no por cálculo ni por gesto, sino porque creía de veras que la ostentación del poder es una forma de humillar al pobre. Decía que el que necesita mucho es el verdadero miserable. Y vivía con poco. No por moralismo, sino por fidelidad.

No dejó doctrina, no dejó escuela. Su legado es otro: una manera de vivir. Un testimonio encarnado de que se puede transitar la política sin envilecerse, que se puede militar sin devorar al otro, que se puede gobernar sin perderse.

mujica
Mujica durante el 31º Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS) (AFP)

Borges escribió: “Ser valiente es más fácil que ser justo”. Mujica fue ambas cosas: fue valiente cuando la justicia era delito, fue justo cuando la valentía exigía ceder. Caminó sobre ese filo sin despeñarse.

Hoy lo llora Uruguay, sí. Pero también lo lloramos quienes, de este lado del río, seguimos creyendo —aunque sea como un rescoldo— que todavía hay formas de estar en el mundo sin arrastrarse. Mujica no fue un hombre de brillos, fue un hombre de raíz.

Y esa raíz sigue, incluso sin su sombra.

Porque hay figuras que no se miden por lo que dicen, sino por la forma en que habitaron sus decisiones. Mujica nos enseñó que hay dignidades que no caben en los libros ni en los púlpitos, porque no están hechas de teoría sino de barro, de renuncia, de actos que no se explican, pero que sostienen.

En esta época de cartón pintado, donde las palabras pesan menos que un clic, Mujica fue un gesto antiguo, el de quien camina despacio, pero no retrocede. Su forma de estar fue una resistencia. Su vida, una herejía contra el cinismo.

No quedan muchos así. Tal vez ninguno. Su figura no pide estatuas, no pide avenidas. Pide que no olvidemos que aún es posible vivir sin traicionarse.

En más de una entrevista dijo que el amor era el motor de la vida. Lo dijo como quien suelta una obviedad, pero lo vivió como quien encontró un secreto.
Y es que esa frase, tan desgastada en labios ajenos, en él encontraba una nitidez insólita. Mujica hablaba del amor no como una exaltación romántica, sino como una fuerza material, casi tectónica: el amor por los otros, por la tierra, por los animales, por la historia, por las causas perdidas. El amor como decisión ética de no volverse indiferente.

mujica
José Mujica en su chacra a las afueras de Montevideo (EFE)

Él entendía que una vida vale no por lo que acumula, sino por lo que entrega. No por los triunfos que exhibe, sino por las renuncias que sostiene. Amar era, para él, elegir todos los días no ser egoísta, no ser indiferente, no ser cruel.

Y entonces, la pregunta se impone: ¿Qué es una vida, al fin y al cabo?

Una vida no es un éxito, ni una suma de méritos, ni una lista de logros. Una vida —cuando vale— es una forma de mirar al otro, de resistir sin cinismo, de perder sin entregarse. Una vida verdadera es la que deja una huella invisible en quienes no conocimos al hombre, pero sentimos su aliento en la ética.

El amor, en su sentido más hondo, no es un sentimiento, es una forma de estar. Una militancia, una urgencia, una brújula.

Y Mujica amó.

Amó sin soberbia, sin cálculo, sin histrionismo. Amó con su modo de hablar, con su manera de mirar, con sus manos sin reloj, con su casa sin lujos, con sus decisiones incómodas. Amó la justicia, la libertad, lo humano.

Por eso su vida queda. No por lo que dijo, sino por lo que sostuvo cuando nadie miraba.

Su legado es esa línea fina, casi invisible, que separa al que pasa por la historia del que se queda en ella.

Y si de algo puede servir su muerte, es para recordarnos que todavía vale la pena soñar con un mundo más justo, y que la única manera de acercarse a ese sueño es caminar, incluso heridos, hacia la luz que todavía resiste en el fondo de nuestra conciencia.

Porque hay vidas que no mueren: se siembran. Y en su raíz más honda, florece —silenciosa— la dignidad.

Por Alejo Ríos (@larunflaradical)

Más leídas
Política
Una multitud ya desborda el lugar para rechazar la proscripción de Cristina Kirchner, que enviará un mensaje a los manifestantes.
Deportes
Iker Muniain le comunicó a San Lorenzo que no regresará al club, pese a tener contrato vigente hasta diciembre de 2025.
Política
Durante la marcha en Plaza de Mayo en respaldo a Cristina Kirchner, Axel Kicillof cargó duramente contra el presidente Javier Milei.

Está pasando

Icono cerrar