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Cultura & Espectáculos

Enrique Federman y el arte de lo absurdo

Una conferencia en una peluquería de barrio es el escenario que eligió el actor, autor y director Enrique Federman para que se desarrolle Tácito imperfecto, una comedia filosófica – existencial atravesada por grandes temas como el tiempo, las contradicciones y las palabras. El propio nombre de la obra se plantea desde lo paradojal: lo tácito, algo que ya sucedió y lo imperfecto, una forma verbal que indica una condición futura.

Con la supervisión dramatúrgica de Mauricio Kartun, la escena que se monta los sábados de mayo a las 21h en el teatro Beckett es minimalista: una mesa que funciona de escritorio, una silla, papeles, un hombre que habla cargado de citas apócrifas y tres focos que lo iluminan. No se necesita más para jugar con el disparate.

Federman retoma el lenguaje de la “clownidad” con el que se destacó en sus inicios artísticos, aunque con una mirada combinada con el absurdo escénico que niega lo que afirma y afirma lo que niega.

Cuando te sentaste a escribir, ¿lo hiciste pensando en armar una obra?

Son escritos que inicialmente no tenían una intención de teatralidad, sino más bien había una búsqueda literaria y la intención de hacer un ensayo apócrifo, me gustaba la idea de que algunos de esos planteos se contradigan y que parezcan serios al mismo tiempo. Pero básicamente, los textos cayeron del cielo ya que al escribirlos, no tenía intención más que la pura diversión y entretenimiento.

Una vez que reuní todos esos textos, se los mandé a Mauricio Kartún, a quien conozco desde hace muchos años y ya habíamos hecho espectáculos como No me dejes así o Perras. A él le gustó mucho y yo le pregunté si con eso podíamos hacer un libro, a lo que él me contestó que se podían explorar otros formatos. En un segundo momento me dijo que al material le faltaba un hilván, es decir algo que uniera y apareciera cada tanto para darle una noción de todo. Ahí me sugirió convertirlo en un monólogo.

¿Cómo lo resolviste?

En principio no tenía intención de escribir ningún monólogo y en cuanto al hilván se me ocurrió la idea del tiempo como algo que atravesaba a muchos de mis trabajos. Lo hice, pero fue rechazado por ocho actores que me dieron vueltas o que no lo leyeron. Cuando volví a lo de Mauricio a plantearle esta situación, me dijo que tenía que hacerlo yo. No sólo tenía que actuar mi propia obra, sino que también me sugirió que la dirija. 

Por mi parte, hace bastante que no actuaba y tampoco tenía intenciones de hacerlo, pero él insistió. Por otro lado, me sugirió que incorpore la modalidad del clown (que Federman conoce bien desde hace muchos años). Sumado a esto, nos dimos cuenta de que había otro hilván que faltaba y tenía que ver con la identidad del personaje principal; tenía que distanciarse de mí mismo, que no fuera yo el que hablara sino alguien más.

¿Finalmente lograste diferenciarte del personaje?

Sí, por ejemplo al contar sus propias historias, el contenido de sus relatos no tienen nada que ver conmigo. Lo mismo por el lado de la vestimenta; al principio yo quería que sea un personaje limpio, arreglado. Mauricio me dijo que no era por ahí y terminé buscando todo lo que uso en la obra en una feria americana. A medida que caractericé la forma en la que el personaje camina, se viste, habla e interactúa con los objetos, se terminó creando un personaje que no tiene nada que ver conmigo.

Mencionás que al principio no tenías pensado hacer nada de lo que finalmente terminaste haciendo: actuar, dirigir y producir ¿cómo fue ese encuentro?

Pasé de las 0 ganas a 100. Yo ya había trabajado mucho tiempo como clown y ahí hacía todo sin palabras, era meramente visual. La verdad es que volver a hablar me gustó, sobre todo porque no había una intención puramente cómica. Es decir, yo sabía que el texto tenía cosas graciosas, pero sin la urgencia de hacer reír que tiene el clown. El relax que me generaba no tener la obligación de hacer reír me permitió llevar el proyecto adelante y encontrar mucho placer en ese proceso. De hecho creo que en este caso la gente ríe a pesar de. Mi personaje habla serio, no dice cosas graciosas y padece muchas cosas de su vida; sin embargo la gente ríe.

¿Cuáles son los temas que atraviesan la obra?

El tiempo, lo paradojal, lo capcioso…yo creo que hay bastante diálogo con la actualidad. 

A partir de un planteo que hace el personaje al comienzo, cuando dice ‘¿sí y no es lo mismo?’, entra en juego la cuestión paradojal, la idea de que una cosa puede ser todo lo contrario. Por ejemplo, trayéndolo a nuestro contexto, cuando el Presidente cuestiona: “Si no te gusta que te roben, ¿por qué pagas impuestos?” Bueno, es muy capcioso porque una cosa no tiene necesariamente que ver con la otra.

Hay otro aspecto de diálogo con la actualidad que está vinculado con las fake news, porque lo que el personaje hace en su conferencia es sostener desde la actuación y desde la intensidad, cosas que él cree y que son un mamarracho. Sin embargo se sostienen tanto, que termina cobrando cierto aspecto de “verdad”. Mi personaje está convencido de lo que dice aunque tenga sus contradicciones. Las fake news también tienen maneras de convencerte ante la reiteración, la repetición.

¿Cómo transitás la experiencia teatral en este momento tan particular?

Es la historia de siempre, pero profundizada. El artista ya tiene mucha gimnasia respecto a insistir, intentarlo, llevarlo adelante, encontrar las maneras y los medios. Cuando es un proyecto que te calienta, el motor es el deseo, aunque en este contexto haya que multiplicar esfuerzos. El teatro es un arte que va a continuar

Tácito imperfecto se puede ver los sábados a las 21.00 en Beckett Teatro (Guardia Vieja 3556). Entradas por Alternativa Teatral.

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