Una investigación realizada por la socióloga Kristin Surak puso luz sobre el fenómeno de los “pasaportes dorados”, aquellos que se extienden desde países para millonarios solo en virtud del dinero que puedan pagar.
En su reciente título “Los Pasaportes Dorados: Movilidad global para millonarios” detalla que existe una amplia oferta de países para extender sus cartas de ciudadanía a personas que nunca vivieron ni pueden acreditar ningún tipo de vínculo con esas naciones, pero que en cambio pueden pagar el costo, que va de 100 mil a un millón de dólares, según el país.
Así, cada año unas 50.000 personas (incluidos familiares de los solicitantes) obtienen la nacionalidad a través de programas de inversión. Y aunque el estudio releva a países pequeños y emergentes como los que más otorgan este tipo de pasaportes, como Malta o San Cristóbal, no excluye a otros más grandes- como Francia o Nueva Zelanda- que se han unido a esta tendencia.
La premisa fundamental es que una persona que realice una inversión significativa en un país puede obtener el privilegio de la ciudadanía, y cada vez más ciudadanos estadounidenses adinerados están participando de esta duplicación de ciudadanía. Estados Unidos no tiene ninguna política que restrinja la doble nacionalidad: siempre y cuando el otro país lo permita, teóricamente un ciudadano estadounidense puede poseer tantos pasaportes como desee.
La multiplicación de ciudadanías proporciona una salida a los ricos que buscan posibles alternativas en caso de que sus naciones se vuelvan políticamente inestables (o poco amistosos con los ricos), o si temen que se emprendan acciones legales contra ellos.
Una ciudadanía adicional puede ser una capa de protección. También por eso algunos críticos, entre ellos la Comisión Europea, se han opuesto de manera tajante a los pasaportes dorados. Los críticos argumentan que el riesgo de proporcionar un lugar de escape, un escondite, a los delincuentes es demasiado alto.
