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Columnistas

Hablar en la calma

paternidad

Ser padre o madre nos trae desafíos constantes. Nuestros hijos e hijas están aprendiendo y nosotros también. Y una de las situaciones más complicadas de afrontar es cuando aparecen los enojos. Estoy hablando de esos momentos en donde estallan y se hace difícil sacarlos de ahí. Creo que justamente no hay que intentar “sacarlos”.

Por supuesto, el diálogo y las explicaciones son claves, pero hay que ser finos en cuanto a los momentos adecuados para hablar. Y en esos ataques de furia es donde tenemos que estar centrados y calmos para bajar un único mensaje sin caer en la repetición del mismo. Porque si nos dejamos llevar por nuestro nerviosismo aportaremos a una escalada de furia en donde la escucha de nuestros hijos o hijas no estará. Cuando se plantan en esos estados debemos ser conscientes que el desafío también es nuestro. Hablar firme, pero no a los gritos, por ejemplo. Y saber cuál es el momento para apartarse y dejarlos solos.

Entrar en un espiral de discusión no lleva a nada. Por eso pienso que es sano que vayan encontrando la tranquilidad sin nuestra presencia. Solemos forzar la situación para que se resuelva rápido, pero todo lleva su tiempo y mientras más ansiosos nos pongamos, más tardarán en bajar su ira.

Luego de expresar claramente lo que queremos decirles, dejarlos solos o solas en su cuarto, por ejemplo, ayudará y mucho. Y ahí tenemos que trabajar con nuestra impaciencia que busca que se hagan las cosas como queremos inmediatamente.

Pero el punto en el cual me quería enfocar es en el después. Y estoy hablando de unas cuantas horas transcurridas luego del enojo. Por ejemplo, si se dio a la mañana, un buen momento para retomar el hecho puede ser a la noche. E incluso continuar el diálogo al día siguiente. Lo importante es que sea en un instante de total calma. Ahí sí lo que digamos será verdaderamente escuchado por nuestros hijos. Ellos estarán más tranquilos para expresar sus sentimientos con respecto a lo sucedido y nosotros también tendremos otra capacidad de escucha. Y en este contexto amable, siempre hay que buscar entender y ver la raíz del enojo. No simplemente tratar de imponer nuestras reglas. Nunca hay que olvidarse que son niños, que están formando sus mentes, sus personalidades y que cada estallido tiene como base el miedo.

En esos estados de calma sí podremos marcar ciertos límites que consideramos necesarios sin que del otro lado haya un llanto o un grito. Y que no sea una sola vez. Será útil encontrar los momentos para retomar ese tema los días siguientes para reforzar lo que queremos decirles, amorosamente, pero con firmeza.

Y fundamentalmente no imponer por imponer. Escuchar, porque ahí está la valiosa información. Saber que los enojos no vienen porque sí. Están indicando algo que debe atendido con nuestra mayor capacidad de comprensión posible. Y cuando llega la calma, volver a charlar sobre lo sucedido, aprovechando los beneficios que traen los estados de tranquilidad.

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