Acostumbrado a presenciar exposiciones de presidentes en diversos foros empresarios y en especial el tradicional “Coloquio de IDEA”, en el cierre de la 60 edición esta semana en Mar del Plata tomé nota de la cantidad de aplausos que hubo durante la hora y casi veinte minutos en que habló Javier Milei.
En total, contando el ingreso y el cierre, la disertación del jefe de Estado ante los más de 1000 inscriptos que pagaron 1,4 o 3 millones de pesos según si son socios o no de la organización (la cuota cuesta $250 mil), hubo 16 momentos en los que los presentes hicieron sonar las palmas en apoyo a una parte del discurso, aunque con dispar intensidad.
Me animé a estimar, obviamente a ojo y en el momento, el porcentaje de gente que aplaudió en cada oportunidad, para tratar de reflejar la masividad de la adhesión de los dueños del capital, los gerentes y los lobbistas ante el particular momento de ajuste fiscal, caída de la inflación, dólar y riesgo país en baja y también de dudas sobre si habrá o no un boom de inversores.
Cuando ingresó, hubo un aplauso generalizado, del 100% del lugar, aunque una parte de los empresarios, entre un 30 y un 40% de ellos, eligió pararse para mostrar su respaldo de manera espontánea incluso antes de que se iniciara el discurso.
A continuación, mi registro dio lo siguiente: cuando destacó la eliminación del déficit fiscal, lo aplaudió el 50% de la sala; cuando subrayó como un logro el fin de la obra pública, hubo un tenue 15% de la gente que lo celebró; en cambio, llegó a un 80% la adhesión con aplausos a la mención al fin de los piquetes, y un poquito menos, pero alto (70%, arriesgo) cuando defendió que se auditen las universidades.
En otro momento, hubo una mezcla de risas cómplices y un puñado de aplausos (el 40%, ponele) que festejó la mención a que los desestabilizadores “sigan comiendo pochoclos”, en referencia al video viral del empresario peronista Enrique Albistur en el que hablaba de que el Gobierno no llegaba a Semana Santa.
Apenas un 30% aplaudió el recuerdo del final de las Leliqs, pero la mitad del salón como mínimo reconoció el mensaje fuerte sobre la baja de la inflación. Un 60% aplaudió después los elogios a las medidas que lleva adelante el ministro de Desregulación y Transformación, Federico Sturzenegger.
No hubo una ovación para el recordatorio de que se eliminó la ley de alquileres, apenas un 30% hizo ruido. La mitad del salón, en tanto, festejó por igual el destaque que hizo Milei de las ventajas del Régimen de Incentivos de Grandes Inversiones y la afirmación de que todos allí eran héroes y que se defendería como fuera la propiedad privada.
Alrededor de un 40% del auditorio, en tanto, aplaudió la promesa de que la política no robará más con la emisión del Banco Central, la previa de un apoyo mayor (60% tal vez) a la repetición de la idea de que en las universidades “se dejen de chorear con la política”, antes de, obviamente, que el 100% lo ovacionara en el final. Una veintena de ejecutivos, es cierto, se había ido antes por lo extenso de la exposición.
La cantidad de veces que hubo aplausos pero lo poco generalizado del apoyo entre los presentes que variaba entre unas u otras partes del mensaje presidencial resumen una situación: en buena medida hay conformidad ante el rumbo del gobierno de Milei, en un marco donde siempre se miró de reojo a los gobiernos nacionales y populares, por llamarlos así, pero no hay todavía un convencimiento respecto de la consistencia macroeconómica y política de lo que se está haciendo.
Entonces, es una especie de “me gusta” pero también un “hasta ahí”, una adhesión más ideológica por antiperonismo de cuna que un aguante como para, por caso, ponerse a hundir capital, poner una fábrica, abrir un negocio y tomar gente.
Tal vez por eso, tanto el cierre de Milei, como la previa que había hecho Sturzenegger con la charla sobre “liberarnos del Estado” y la apertura del ministro de Economía, Luis Caputo, hicieron hincapié en la afirmación de que “esta vez es diferente”, de que los cambios llegaron para quedarse y que entonces ahora la pelota está del lado del sector privado, de los empresarios, que en la Argentina son campeones mundiales siempre en esperar un poco más.
Un ejemplo: los representantes de las principales mineras en el evento, contaban justo en paralelo a un discurso en el que se detalló las bondades inéditas del RIGI, que en algunos casos no se van a poner en marcha cuantiosas inversiones para extraer cobre si no se modifica o elimina la ley de glaciares, que delimita en qué zonas no se puede llevar a cabo la actividad por poner en riesgo formaciones cruciales para el ecosistema.
Como sea, el programa del encuentro pareció estar hecho para que sólo hubiera entusiasmo, apoyo y alineamiento con el gobierno de La Libertad Avanza. El título, “Si no es ahora, cuándo”, era un llamado a subirse al optimismo oficial si no con inversiones, con el discurso.
La ausencia de paneles sobre temas institucionales, judiciales o simplemente con opiniones críticas sobre la sostenibilidad del plan económico o fue un requisito de la Casa Rosada o fue más papismo que el Papa ante un Milei que el año pasado ni pisó el Sheraton y participó de una cumbre paralela.
En cualquier caso, también fue una muestra gratis de que este tipo de foros se regala tanto para congraciarse con el poder de turno que pierde credibilidad como lugar de discusión genuina que exprese algún tipo de mirada sobre el país de parte de la elite empresaria que toda sociedad capitalista necesita para desarrollarse.
Durante los tres días estuvieron presentes representantes de algunas de las familias más ricas del país, entre ellos Luis Pérez Companc, del gigante alimenticio Molinos; Ignacio Bartolomé, de Don Mario, que produce la tecnología que usa la mitad de la soja que se cosecha en el mundo; Nicolás Braun, del supermercado La Anónima, una de las mayores cadenas del mercado; Oscar Andreani, del conglomerado logístico homónimo; Julio Fraomeni, propietario de la prepaga Galeno y uno de los mayores terratenientes del país; Marcelo Bosch, accionista de Adecoagro, de los principales productores de arroz y leche, Damián Pozzoli, uno de los dueños del fondo Inverlat, que controla entre otras empresas Havanna; Hernán Kazah, co-fundador de Mercado Libre y socio de Kaszek, el mayor fondo de emprendimientos de la región; Luis Saguier, uno de los controlantes del diario La Nación. Además, había ejecutivos de Corporación América, Techint, Pan American Energy, Grupo NewSan, entre otras firmas que mueven buena parte del Producto Bruto Interno.
El tono monocorde del encuentro sólo tuvo una idea que descolocó al Coloquio: la advertencia sobre la necesidad de que el Estado se ordene pero que no deje de hacer política industrial porque los principales países del mundo lo están haciendo y puede ser un tiro en el pie hacer como que no pasa nada.
El primero que puso sobre la mesa ese estado de cosas tan desafiante para el canon ideológico dominante fue Andrés Velasco Brañes, decano de la Escuela de Políticas Públicas de la London School of Economics and Political Science, que en diálogo con el editor de Clarín, Daniel Fernández Canedo, aseguró: “La política industrial está de vuelta”.
Su disertación hizo mención a que la idea de los 60 y 70 de que los países eligieran sectores estratégicos para apoyar con créditos baratos y subsidios había quedado “desprestigiada” en América latina. Pero invitó a “tomarse un avión” a Taiwán, Corea, Singapur o Tailandia para sacar otro tipo de conclusiones.
“Hoy estamos hablando de que Estados Unidos está haciendo política industrial grande”, recordó, en referencia al apoyo a la producción que surge de la “Ley de Reducción de la Inflación”, que definió como “un enorme subsidio”.

“Europa está haciendo lo mismo, y en Reino Unido el debate es el mismo, y Canadá está haciendo lo mismo”, recorrió, antes de sentenciar: “La pregunta no es si va a haber política industrial, va a haber en todas partes, la pregunta es si de la buena o de la mala, si es limpia o corrupta, si está bien pensada o mal pensada”. Y concluyó: “Partiendo de EEUU, con Trump o sin Trump, con Harris o sin Harris, va a haber política industrial”.
Pero sobre el final, la única voz del empresariado que se salió del libreto liberalizador y de acompañamiento acrítico del Gobierno fue la de una mujer, Carolina Castro, la titular de Industrias Guidi, una autopartista que provee a Toyota.

“El rol del Estado va mucho más allá de garantizar la estabilidad macroeconómica. Es un punto de partida, pero no el punto de llegada”, advirtió. Según su visión, “el objetivo final tiene que ser la generación de trabajo, de crecimiento y de inclusión”.
Su intervención fue tan disruptiva que cuando estaba relatando, como había hecho el académico chileno, que el mundo estaba volviendo a las restricciones al comercio, Roberto Murchinson, empresario de logística y puertos que compartía el panel, la interrumpió sorprendido por si parecía que ella defendía ese tipo de medidas.
Castro, que fue la primera mujer en integrar el comité ejecutivo de IDEA, siguió su exposición: “La Argentina está yendo hacia un nuevo péndulo. Quiero advertir sobre el riesgo de un Estado ausente”.
“Si el Estado sólo vela por la agenda de desregulación, simplificación y déficit cero, con lo que estoy de acuerdo, estamos en un problema, porque el resto de los estados están haciendo cosas y nosotros tenemos que competir para atraer inversiones, generar educación para nuestra gente, tener la infraestructura que necesitamos, bajar los costos logísticos, hacer que nuestros científicos se desarrollen en el país; hay una agenda mucho más allá de la agenda de la simplificación”, completó.
El panel en el que habló Castro tuvo lugar justo antes del discurso de cierre del presidente Milei, que terminó así: “Ustedes son los emprendedores, ustedes son los que crean riqueza, ustedes son los responsables de su destino, si ustedes no se ocupan ustedes, ¿quién lo va a hacer? El Estado, no”.