Dentro de poco se cumplirá un año de la presidencia de Javier Milei. Desde entonces se ha exacerbado la idea y la práctica de una batalla cultural alimentada por un lenguaje de guerra cuyos enemigos van cambiando de rostro. Esta forma de hacer política en las democracias actualmente existentes se extiende en diferentes partes del mundo. Esas batallas se libran en numerosas direcciones y una de ellas define como enemigo a las ideas feministas y de género.
Bajo el argumento de que el feminismo como ideología y práctica promueve el odio, la intolerancia, daña a los más débiles como por ejemplo los niños, favorece a las industrias farmacéuticas para cambiar de sexo, entre otros temas, se banalizan cuestiones muy complejas sobre problemas que se vienen debatiendo desde hace muchas décadas. Esa impugnación total a una historia de más de dos siglos en los que mujeres de diferentes ideologías políticas y religiosas (sean liberales, socialistas, comunistas y católicas por ejemplo) buscaron romper las barreras de la desigualdad con los varones es lo que La Libertad Avanza, sus seguidores y sus teóricos fomentan. En todo esto no están al margen los medios de comunicación como la radio, la televisión y ahora las redes sociales. Muchas veces las noticias y opiniones se basan en datos falsos lo que genera confusión y desinformación.
Quiero enfatizar que estas ideas y prácticas se basan en otra subyacente existente en nuestra sociedad alrededor de que “los kirchneristas han hecho uso y abuso de los derechos humanos, de la mujer, del niño, de los animales, en aras del clientelismo político y para ubicar empleados militantes...”. Desde hace años vengo escuchando estas frases con pequeñas variaciones entre las clases populares, entre profesionales, comerciantes e industriales. No niego este sesgo, pero al poner el acento en la partidización realizada por una fuerza política se pierde de vista el problema de fondo que es que las mujeres no tenían los mismos derechos que los varones: no podían aprender a leer y escribir, no podían votar ni disponer del dinero producido por su trabajo, eran culpables si pedían el divorcio y dependientes de los varones sean el padre, el marido o el hijo. Eran consideradas reinas del hogar y cuerpos para la reproducción. Muchas mujeres pobres trabajaban dentro y fuera del hogar en jornadas laborales extenuantes y salarios miserables, pero siempre inferiores a los de sus compañeros varones, Ninguna mujer tenía intervención en las esferas de decisión, ni en las legislaturas provinciales, ni en la Nación, ni en los municipios. Los trabajadores varones también enfrentaban dificultades económicas, pero ellos eran los constructores de la Nación. Los miembros de las otras clases sociales, además de que tenían más recursos económicos y culturales, eran los que participaban en las estructuras de poder y por lo tanto los que tomaban las decisiones y hacían las leyes.

Las diferencias de poder no dependen de cromosomas ni de leyes biológicas. No se nace mujer para ser explotada, golpeada, recluida, asesinada, como no se nace varón para ser explotador, golpeador o asesino. Esto que estoy diciendo es básico y cualquier jovencita seguidora de Milei sabe que si hoy puede expresarse libremente, vestirse como quiere, sentarse en una banca como diputada es porque hubo otras mujeres que lucharon para que eso suceda, aunque no lo reconozcan. En ese camino hubo varones que contribuyeron para que las desigualdades se modificaran, pero también hubo muchos otros que siguieron pensando que eso era subvertir el orden natural, que las mujeres éramos ángeles endemoniados que solo queríamos convertirnos en hombres.
Las discusiones sobre las múltiples identidades sexuales son el producto de debates éticos, filosóficos, psicológicos y religiosos. No pueden de ninguna manera simplificarse. Es una discusión que actualiza el debate sobre la biología y la cultura y hay una enorme cantidad de libros cuyo análisis no puede reducirse a una nota periodística.
Los temas relacionados con la sexualidad han puesto en tensión las zonas de confort de los varones, no saben muy bien donde están y para colmo peligra su poder. La reacción es violenta, agresiva, vociferante. Las formas con las que combaten son maniqueas, conspirativas. Para Milei y sus seguidores los feminismos y las teorías de género representan las “fuerzas del mal” y son el síntoma de una gran enfermedad que anida detrás de un ministerio o de organismos internacionales. Simplifican y promueven la intolerancia y en sus versiones extremas son iguales a los que dicen que vienen a combatir. Sin embargo, la sociedad es más amplia, incluye a los que vociferan y a los que no, las leyes y las decisiones políticas son para todos por eso deberían ser más humanas, menos individualistas, más respetuosas. No todo es lo mismo. No todo vale. Las batallas sean culturales, económicas, políticas o religiosas no son males necesarios. Tal vez el desafío es romper el círculo de las antinomias para pensar y hacer que la libertad, la riqueza, el futuro no se reduzca a unos pocos y que la inmensa mayoría quede en la nada.
La batalla cultural entablada por Milei y sus seguidores y teóricos tiene ropaje viejo: el marxismo, la izquierda, las feministas, el género todo esto escondido detrás del kirchnerismo. Aunque tiene olor a naftalina está produciendo un cambio cultural y ese es el mayor desafío que tenemos en el presente. Tenemos una historia jalonada con organizaciones, realizaciones institucionales, investigaciones y prácticas de diferentes tipo, sabemos que hay guardianes por todas partes pero hemos aprendido a vencer las dificultades. Sabemos promover el diálogo y defender nuestros derechos con firmeza y seguramente también habrá un aprendizaje de los errores. Estamos en condiciones de resistir los embates de las “fuerzas del cielo” porque hemos ganado el cielo.