Esta semana se estrenó en cines la primer película nacional que mezcló la dictadura y el cine de terror, 1978 de los hermanos Onetti. Un elenco estrella de actores argentinos y una premisa original: hasta dónde se puede llevar el horror de los centros clandestinos de tortura y exterminio.
"Todavía no se había hecho ninguna película de la dictadura desde el cine de terror", explica Nicolás Onetti para Diario Con Vos. Hasta ahora, nadie se había atrevido a incorporar en la ficción de terror, ni imágenes de archivo del golpe de Estado de 1976, ni escenas que recreen las rutinas de los represores en el plan de tortura y exterminio. El puntapié que da inicio a 1978 es el primer discurso transmitido por Videla en cadena nacional.
El terror histórico de los hermanos Onetti en 1978
Le sigue la primera imagen: un grupo de hombres sentado a la mesa juega al truco, toma mate, fuma pucho y tiene de fondo una bandera nacional. Un televisor transmite la final del Mundial del '78, Argentina-Holanda, el 25 de junio de 1978. Un amasijo de marcas identitarias argentinas, de la tradición del bar y del asado "en lo del Negro Escobar", se combinan con la primera imagen traumática: uno de los sentados a la mesa es un secuestrado-detenido por el gobierno de facto de Videla, el resto de los presentes son sus torturadores.
Con sangre y golpes en la cara, el detenido tiene vendados los ojos. El jefe del grupo de tareas, interpertado por el célebre actor argentino Mario Alarcón (El secreto de sus ojos), le dice "estamos viviendo tiempos violentos, tiempos de guerra, en los cuales las reglas cambian o desparecen". Otro disparador, después de la intro con el primer discurso de Videla, que prepara al espectador para conceptualizar el exceso de terror emplazado en el centro clandestino de detención donde transcurre la película. Por dentro, el lugar parece una casa tradicional abandonada, con el empapelado derruído y habitaciones tapiadas. Por fuera, es el matadero de Azul, obra del arquitecto Francisco Salamone. Un guiño bonaerense de los directores, oriundos de esta ciudad.

Volvamos a la mesa de bar. La yuxtaposición de torturadores y torturados sentados a la mesa es densa e ilustra perfecto la yuxtaposición de los distintos sectores de la sociedad la noche de la Final: mientras muchos se entretienen y alientan a la Selección, los centros de clandestinos no se toman descanso para violentar a los detenidos de las formas más cruentas.
Esa idea, la de la falta de alivio, de aplacamiento, de algún tipo de consuelo, lleva a 1978 de Luciano y Nicolás Onetti a su riqueza alegórica. "Hicimos terror dentro del terror. Hasta ahora no se había hecho una película de terror ambienta en la dictadura", resuelve Nicolás en diálogo con Diario Con Vos.
"Es como si fueran dos películas", explica Onetti. "En la primer parte es terror histórico, nada la diferencia de películas de dictadura, como Garage Olimpo (1999). La segunda parte, donde se desata el infierno, es cuando los torturadores allanan un domicilio y secuestran a los miembros de un culto". La primera parte dentro del público del exterior gustó mucho, porque le permitió a espectadores extranjeros conocer lo que pasó en la Argentina durante esos años cruentos e investigar más a fondo. 1978 se estrenó en la edición de 2024 del Festival de Sitges, el festival de cine fantástico más importante del mundo, pero circuló por más de 50 salas en festivales antes de estrenarse en todos los cines del país este jueves.
El horror de 1978 en capítulos
Arranca la segunda parte. El grupo de tareas, esta vez comandado por Jorge Lorenzo (El Marginal), llega a la dirección que le "sacaron" a Francisco González, un estudiante de Derecho de la UBA y presunto militante de Montoneros. Ahí, a los golpes interrumpen una escena de un ritual satánico en la que parecen no reparar y se llevan secuestrados a los participantes.
Empiezan a torturar a los detenidos en el centro, llega un llamado mortal: "No se a quién carajos habrán chupado, pero al grupo que estábamos buscando lo tienen en la ESMA". Empieza lo sobrenatural, el cine de terror con sus recursos amados por los fanáticos pero también efectivos y sintéticos a la hora de generar terror, es decir, reacciones físicas al miedo: baja la iluminación, la atmósfera se tiñe de negro y rojo, el tiempo se dilata, crece el silencio.
El culto satánico se venga de los torturadores, los desmembra, se los fagocitan sus integrantes, caníbales que caminan en cuatro patas y obedecen a una entidad que salió de debajo de la tierra a través de una tumba que Carlos Portaluppi (Argentina: 1985) le había obligado a cavar a uno de los torturados una hora antes. El horror engendra horror, como si solamente un centro clandestino, con las torturas que produjo, fuera el verdadero responsable de invocar las fuerzas de demoníacas.
La simbología inspirada en los crímenes de lesa humanidad invade la segunda mitad de la película, como un demonio llevando la gorra plato de los militares argentinos y un represor que, a pesar de haber actuado de héroe y salvado a un bebé, igual se lo apropia.
En 1978 no todas las preguntas se resuelven fácil, hay sucesos paranormales, entrada en otras dimensiones, recuerdos de la infancia destrabados y roles rígidos que luego se intercambian, pero la certeza inicial se mantiene. Mientras la Selección ganó el Mundial por primera vez en la historia -la última imagen de la película es la tapa de Clarín dando la noticia-, el circuito de maldad crecía.

¿Ven 1978 como una aporte a la memoria de la dictadura?
Nicolás Onetti: — Al principio pensamos en contar una historia que esté buena y sea distinta. El aporte lo notamos después de haber hecho el circuito de festivales internacionales que hicimos. Nosotros logramos que desde el terror se conozca lo que pasó en Argentina. Que se siga recordando y que se sepa en detalle.
Contarlo desde otro género, el terror, ayuda a que los jóvenes sepan qué pasó viendo una película, porque aunque el promedio en la edad de los consumidores de cine de terror creció, las generaciones más jóvenes siguen siendo un grupo fuerte entre sus adeptos. Los que nacimos en los 80 o los 90 vimos La noche de los lápices (1986), pero no sé si los jóvenes de hoy lo hicieron. Todos dicen 'otra película más de la dictadura' y la verdad que no son tantas como la gente piensa.
¿Dirías que es una película gore?
— Lo usamos como recurso, es bastante gore, aunque para algunos países no es suficiente. Yo creo que lo es, pero sabemos que eso puede ser una limitación a la hora de hacer estrenos y de llegar a todo el público que se pueda, así que quisimos hacerlo cuidado. Quisimos centrarnos en otra cosa. Tiene mucha sangre, pero no en exceso. Decidimos hacer efectos prácticos, no VFX, Yanelle Castellano y Melisa Ontivero son las realizadoras técnicas y mantuvieron los efectos tradicionales, por los que ganaron más de cinco premios.
¿Tuvieron algún reparo a la hora de la realización, pensando en que ciertos sectores podrían tildar la temática de algo 'fuera de lugar'?
— Viendo 1978 terminada te digo que no fue una preocupación, porque se trató con respeto. A la hora de escribir el guión sí lo tuvimos en cuenta, son temas muy sensibles y lo que uno menos quiere es herir susceptibilidades. Una sola frase tuvimos que sacar. No tuvimos temor en ningún momento de hacer una película de dictadura. La película es objetiva. Muestra situaciones que no pueden negarse o desconocerse, es para todo público.
¿Cómo financiaron la realización?
— De forma independiente. Tenemos una productora, Black Mandala, con la que estamos trabajando con inversiones privadas del exterior. El circuito es así: conseguir inversiones privadas, buscar venderlas para se estrenen en plataformas de streaming y cines de otros países y que esos inversores puedan obtener ganancias. Hicimos solamente Los olvidados (2017) con el INCAA, el resto son todas independientes. El guión de 1978 fue presentado al INCAA pero lo rechazaron. El argumento general que dio el comité evaludar para no rechazarla fue que no se podía hacer una película de terror de dictadura. No me acuerdo si ya estaba este gobierno o no.
