El radicalismo, nacido en la lucha contra el fraude y por la ampliación de derechos políticos y sociales, ha sido mucho más que un partido: fue una identidad, una causa, un fuego sagrado.
El radicalismo podría reinventarse, pero primero tendría que recordar quién fue. Y para eso, tendría que animarse a hacer lo que mejor supo hacer en sus días de gloria: política.
Ser militante no es acumular likes o retuits, sino formarse en el análisis profundo, en la comprensión de la historia y en la capacidad de articular soluciones para los problemas actuales.