Una palabra que suele figurar en nuestro léxico cotidiano, especialmente cuando nos referimos a temas políticos es la palabra “ideología”. Este término suele cargar un sentido peyorativo. Decimos que la posición de tal o cual político, de tal o cual periodista, de tal o cual persona tiene un “sesgo ideológico”. Así, la palabra en cuestión serviría para denunciar posiciones “extremas” o “utópicas” y preparar el terreno para posiciones más “pragmáticas” o “realistas”.
Sin embargo, esta acepción cotidiana del concepto, lejos se encuentra de su uso tradicional. En un sentido clásico, ideología remite a la idea de “falsa conciencia”, por el cual las personas actúan de cierta manera al desconocer la realidad social efectiva sobre la cual dicha práctica descansa.
Este sentido está condensado en la vieja fórmula de Karl Marx por la cual las personas “no saben lo que hacen, pero de todas maneras lo hacen”. Acá lo que se pondría en tensión sería la divergencia entre la llamada realidad social y la representación distorsionada, la falsa conciencia de ella, que un procedimiento “crítico” se encargaría de develar.

Esta manera de pensar el concepto de ideología es el que se presenta en todo tipo de ficción distópica y cyberpunk. Así, por ejemplo, en la película Matrix, lo que aparenta ser el mundo real no es más que una simulación creada por las máquinas para controlar a los humanos, que mientras viven en su mundo de realidad simulada, son retenidos como baterías para alimentar a las máquinas. La píldora roja sería la dosis de crítica que permitiría salir de la simulación.
Quién se presentó como un férreo opositor de esta mirada es el polémico filósofo esloveno Slavoj Zizek. Desde una mirada lacaniana, revitalizó el concepto de ideología al desplazarla de su concepción tradicional. Zizek se encargó de invertir el lema marxiano. No es que no saben lo que hacen; en realidad “saben muy bien lo que hacen, pero aun así, lo hacen”. Sabemos de sobra la falsedad; sabemos perfectamente que el Presidente de la Nación no encarna la “voluntad del pueblo”, pero de todas maneras vamos a votar como si lo fuera; sabemos perfectamente que el poder judicial es “injusto” pero de todas maneras acatamos la decisión judicial como si no lo fuera; en resumen: sabemos que detrás de la universalidad ideológica hay un interés particular, pero de todos modos no renunciamos a ello. Se conoce la distancia entre la máscara ideológica y la realidad “pero todavía se encuentran razones para conservar la máscara”, dice Zizek.
Para el esloveno, lo elemental de la ideología no es su falsedad sino que es esta falsedad lo que le da soporte a la realidad; la ideología es la "ilusión necesaria” por la cual nuestra realidad social toma una forma efectiva. Lo que se reconoce falsamente no es la realidad, sino la ilusión que estructura la realidad. ¿Y por qué la ideología cumple esta función? Según el polémico filósofo, porque de otra manera tendríamos que afrontar la traumática realidad de que la sociedad no es un todo coherente. No podemos hacer como Tyler Durden (Brad Pitt) en El Club de la Pelea y decir que “tenemos trabajos que odiamos para comprar cosas que no necesitamos” para luego escaparnos a peleas clandestinas. Nuestra fantasía ideológica es lo que sostiene nuestra realidad, de lo contrario tendríamos que afrontar un núcleo irreductible de irracionalidad, el verdadero trasfondo de toda realidad social. Así las cosas, cabe entonces hacerse la pregunta, ¿se puede salir de la ideología? En cierto punto, para Zizek la ideología es infinita, intentar salir de ella, aceptar la brecha infranqueable entre lo Real y lo Simbólico, sería anularnos como sujetos.